¿Por qué?

¿Por qué?

viernes, 16 de diciembre de 2016

Minusválidos invisibles

¿Por qué nos sentimos incómodos ante un minusválido? ¿Por qué, ante una persona en silla de ruedas, actuamos como si nos molestara? ¿Por qué nos cuesta ponernos en su lugar? ¿Por qué no hacemos por facilitarles la vida? ¿Por qué nos creemos superiores?



Aeropuerto, zona de embarque, fila de asientos con un símbolo de una silla de ruedas. Cualquiera es capaz de interpretar, sin demasiado esfuerzo, que estos asientos están reservados para personas con movilidad reducida, como las llaman ahora. Cualquiera menos ese joven demasiado musculado que está espatarrado en el asiento de la izquierda según se mira.

Mismo día, otra ciudad, otro aeropuerto, otros asientos reservados, otras personas —mujeres, ahora—, misma situación, aunque sin espatarramiento.

Gran ciudad, acera del centro, grupo de personas numeroso de cháchara taponando el paso, persona en silla de ruedas que se acerca. Cualquiera es capaz de ver que va a ser imposible que pase si nadie se mueve. Nadie se mueve.

Otro día, misma ciudad, acera parecida aunque en bajada, otro grupo de personas menos numeroso —solo tres—, misma situación. Una se mueve lo justito para dejar el paso justito… y se le oye chillar: ¡Cuidado! ¡Casi me das en la pierna!

Otro día, escenario similar pero de subida, paso de peatones con bordillo rebajado entre los dos bolardos existentes, pareja de jóvenes de frente. Si no se desvían ellas hacia un lado o no se para la persona en silla de ruedas, se van a chocar. Se para la persona en silla de ruedas.

Otro día, calle similar, mucha gente —demasiada—, circulación peatonal ralentizada, persona por detrás con prisa, adelantamiento imprudente, golpe en los pies de la persona en silla de ruedas.

Y así un día tras otro y el siguiente también.

Empiezo a creer que los minusválidos son invisibles, no porque no se dejen ver, sino porque no queremos verlos. Nadie quiere pensar que pueda llegar a ocurrirle a él, o a alguien cercano, eso de tener que vivir en una silla de ruedas. Eso les pasa a otros. Es posible, pero a veces pasa… más cerca. Y es entonces cuando nos damos cuenta de lo que eso supone. Mientras tanto, deberíamos procurar ser conscientes de lo que implica estar en una silla de ruedas y tratar de facilitarles un poco la vida, ¿no crees?

jueves, 1 de diciembre de 2016

Esperando el esperanto

¿Por qué estoy obligado a aprender a hablar en inglés para poder comunicarme con personas que no hablan la misma lengua que yo? ¿Por qué no saber inglés supone no ser nadie en el ámbito internacional? ¿Por qué el inglés precisamente, con su carga de imperialismo añadida, y no otra lengua? ¿Por qué no una lengua artificial, desprovista de cualquier vinculación imperialista o connotación patriótica? ¿Por qué ninguna instancia internacional apuesta por el esperanto, por ejemplo? ¿Por qué no interesa?



Una de las cosas de las que se ha hablado a consecuencia del referéndum del brexit es si el inglés dejará de ser una de las lenguas oficiales de la UE. Parece ser que, cuando se incorporaron al club europeo, Irlanda y Malta, dos países con el inglés como lengua oficial, no eligieron el inglés como ‘su’ lengua para la UE, puesto que ya lo había elegido Reino Unido, y se decantaron por el irlandés y el maltés, respectivamente. Por lo tanto, el inglés en la UE está vinculado a Reino Unido; si Reino Unido abandona la UE, el inglés también. Bueno, esa es la teoría al menos. Pero me imagino yo que, si el brexit llega a concretarse finalmente, ya harán lo posible y más para que la UE siga considerando el inglés como una de sus lenguas. No olvidemos que, en la actualidad, es la lengua de intercambio internacional por excelencia, la lengua en la que se establecen los contactos entre personas de diferentes orígenes lingüísticos.

El uso de una lengua determinada como herramienta de intercambio internacional ha sido una constante en la historia. En nuestro mundo occidental europeo, ahora es el turno del inglés, pero, en épocas anteriores, el francés fue el idioma internacional de la diplomacia y, en otros periodos, incluso el español fue una lengua de intercambio internacional. En otras zonas y en otras épocas, el ruso y el chino también actúan o han actuado como lenguas internacionales. Todo ello aparejado a la importancia y preponderancia política o, más bien, militar de un determinado país en cuestión. Y, precisamente, esa vinculación tan estrecha entre lengua y dominación hace que muchas personas sean reacias a aprender la lengua internacional de turno.

Por otro lado, la lengua propia de cada uno forma parte de lo más profundo del ser humano: las primeras palabras que oímos de nuestra madre… en nuestra ‘lengua materna’, las primeras palabras que dijimos, las nanas que nos cantaron, etcétera. Nos acompaña toda la vida y la llevamos muy adentro. De ahí la dificultad de reemplazarla por otra lengua, que nunca va a tener la misma carga emocional que la propia.

Puestos a tener que aprender una lengua diferente a la propia para poder comunicarnos con otras personas, lo ideal es optar por alguna lengua artificial. Por lo general, son lenguas que han sido diseñada para hacer sencilla la comunicación entre personas de orígenes lingüísticos diferentes: gramática simplificada, sintaxis simplificada, vocabulario evolutivo… Además, están desprovistas de connotaciones patrióticas o nacionales y no parece que puedan llegar a ser sentidas como una imposición imperialista o un riesgo en lo que respecta a lo emocional.

El esperanto es ideal en este sentido.

La ONU tiene 6 lenguas oficiales; la Unión Europea, 24, por poner solo dos ejemplos. Si todo el dinero que se gastan estas y otras instituciones internacionales en trabajos de traducción e interpretación se dedicara a potenciar el aprendizaje del esperanto como lengua de intercambio internacional, no creo que fuera descabellado pensar que en el transcurso de una generación el esperanto se habría implementado satisfactoriamente. ¿Nos ponemos manos a la obra?

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Tráfico: yo, primero

¿Por qué aparcas la moto atravesada en la acera? ¿Por qué dejas la furgoneta encima del paso de ciclistas y peatones? ¿Por qué vas en bicicleta a velocidad de suicida por la acera? ¿Por qué no respetas el semáforo? ¿Por qué me adelantas casi rozándome? ¿Por qué no pones el intermitente para indicarme la maniobra que vas a hacer? ¿Por qué cruzas la calle antes de que se ponga verde el semáforo? ¿Por qué te paras pisando el paso de peatones? ¿Por qué te cuesta tanto respetar las normas de tráfico?


Estaba yo parado en un semáforo en rojo. Había tres carriles: en el de la derecha, en el que yo estaba, había una flecha doble que señalaba hacia delante y hacia la derecha; en los otros dos, la flecha señalaba hacia delante. A mi lado, en el carril central, se había parado un taxi. Cuando el semáforo se puso en verde, yo seguí hacia delante, que era mi camino. El taxi, que quería torcer a la derecha, tuvo que parar y esperar a que yo terminara de pasar para poder ir a la derecha cruzando mi carril. Cuando terminó de pasar, me pareció oír al taxista decir por su ventanilla abierta algo así como “Siempre os colocáis en el sitio más complicado para hacer la maniobra”. ¡De verdad! ¡¡Dijo eso!! Quizá no eran esas mismas palabras, pero el sentido de la frase era ese. Y cada vez que lo recuerdo, me pregunto si ese taxista estaba escuchando lo que estaba diciendo. ¡Qué disparate! En fin, imagino que el hecho de que yo fuera en bicicleta no tuvo nada que ver en el asunto. Corramos un tupido velo.

La cuestión es que muchas de las personas que circulan por la ciudad se consideran con derecho a hacer lo que quieran… o casi. Y, bueno, eso no debería ser así. Las normas, al menos las de tráfico, no están para fastidiar a nadie. Simplemente son una forma de regular un asunto que, de lo contrario, sería el caos más caótico que pueda darse. Si ya así la cosa va como va, imagínate…

He visto coches saltarse un semáforo en rojo como descosidos y tener que pararse cincuenta metros después en el siguiente semáforo en rojo. He visto bicicletas saltarse un semáforo en rojo tras otro. He visto motos pararse en un semáforo delante de los coches invadiendo el paso de peatones y obligar a los peatones a tener que sortearlas para poder pasar. He visto peatones cruzando en rojo sin mirar y lograr sortear por un palmo al vehículo que tenía el semáforo en verde. He visto cabezas tractoras enormes saltarse un ceda el paso y frenar justo a un palmo del vehículo que tenía preferencia de paso. He visto un coche de la policía saltarse un ceda el paso y ni siquiera ver el vehículo que tenía preferencia de paso. He visto bicicletas subir y bajar de la acera como si fuera un carril más. He visto coches pararse en doble fila para ir a tomar un café. He visto motos adelantar en zigzag pasando de un carril a otro sin intermitentes ni señal de ninguna clase. He visto autobuses adelantar sin medir bien la distancia obligando al otro vehículo a frenar para no estamparse. He visto bicicletas saltarse un semáforo en rojo y, encima, increpar al vehículo que casi las atropella. He visto… tantas incorrecciones que uno se pregunta cómo no hay más accidentes de los que hay.

Y ¿por qué? No creo que ninguno de los infractores, llamemósles así, tenga una respuesta coherente. No creo que sea por llegar antes: después de un semáforo en rojo siempre habrá otro, por lo que no sirve de nada saltárselo. No, no es por eso. Yo creo que simplemente es algo que está en la naturaleza humana. Viene a ser algo así como lo hago porque quiero y porque puedo: primero, yo; y después… lo que venga después ya no me importa.

martes, 1 de noviembre de 2016

Maltratar animales

¿Por qué nos duele que alguien mate un león o un elefante en un safari y, en cambio, no dudamos en aplastar una mosca que nos está incordiando? ¿Por qué nos sentimos fatal ante el trato dado a los toros en las corridas de ídem y, en cambio, ni nos damos por enterados del trato que reciben los cobayas en los laboratorios? ¿Por qué la muerte de algunos animales nos impresiona tanto y, en cambio, somos indiferentes ante la muerte de muchos otros?


Vivimos en una época en la que la defensa de los animales está al orden del día. No solo maltratar animales, sino también matarlos, es algo inaceptable ya para muchas personas, también para muchas que no se declaran abiertamente ecologistas o animalistas. Hace ya tiempo que, además, se habla de los derechos de los animales. E incluso hay quien pretende que algunos animales tengan personalidad jurídica y hablan del concepto de persona no humana. Cosas todas ellas muy controvertidas. En cualquier caso, no hay duda de que la percepción de los animales entre los humanos ha cambiado. Sí, seguimos criándolos y matándolos para comer, seguimos explotándolos para que trabajen para nosotros, seguimos encerrándolos y usándolos como mascotas, pero cada vez aceptamos menos que sufran por diversión o por tradición.

Ahora bien, ese trato que no queremos que se dé a los animales, ¿incluye a cualquier bicho viviente? Me temo que no. Dicho en otras palabras: ¿nos sentimos igual de mal cuando se mata o se maltrata a un toro y a una gallina? Me sigo temiendo que no. Es muy probable que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero está claro que nuestra concepción del maltrato o de la muerte inútil no abarca a todos los seres vivos. Seguramente sí a perros y gatos, e incluso a todos los mamíferos: no en vano son los animales más cercanos a los humanos en la escala biológica. Quizá también a unas cuantas aves: las que son susceptibles de convertirse en mascotas o algunas de gran tamaño… Hasta es probable que incluyamos a determinados peces, reptiles o anfibios. Pero seguro que los insectos nos dan igual, o casi. Y lo mismo los arácnidos. ¿Por qué? ¿Por qué esta discriminación animal? No creo que nadie lo sepa. Quizá tenga que ver con el hecho de que sean animales pequeños, diminutos algunos, o que sean feos, incluso repulsivos a la vista algunos… o vete tú a saber qué.

La cuestión es que en esto, como en muchas otras cosas, tenemos distintas varas de medir... y ni siquiera somos conscientes.

domingo, 16 de octubre de 2016

Ideología política del 1 al 10

¿Por qué, desde hace ya bastante tiempo, el Partido Socialista Obrero Español no se define como un partido de izquierdas sino de centroizquierda? ¿Por qué el Partido Popular no se define como de derechas sino de centroderecha? ¿Por qué, cuando apareció, Podemos se definió como un partido transversal, ni de derechas ni de izquierda? ¿Por qué todos los partidos políticos parece que terminan por abandonar sus posiciones ideológicas iniciales para ir desplazándose poco a poco al centro?



El otro día me hicieron una encuesta por teléfono. Me preguntaron un montón de cosas sobre mi percepción de la situación económica general y de la mía y de mi familia en particular. También sobre cuál pensaba yo que sería la situación dentro de seis meses. No recuerdo el nombre de la empresa que hacía la encuesta ni tampoco el de la mujer que me hacía las preguntas, que, dicho sea de paso, se limitaba a leer el cuestionario que tenía delante y a recoger mis respuestas. Y, cuando yo dudaba o no entendía bien lo que me preguntaba, intentaba resolver la cuestión echando mano, me imagino, de los argumentos que seguramente tenía escritos también en el cuestionario.

Al final, me hizo unas cuantas preguntas que tenían que ver con mi perfil, como lo llaman en esos ámbitos estadísticos: edad, situación laboral, situación familiar, nivel de ingresos, que si era propietario de la vivienda, que si pagaba hipoteca, que si tenía coche… Nada del otro mundo, vaya, hasta que me preguntó por mi orientación política. Al principio me sorprendió, porque nunca antes me habían preguntado directamente por eso, pero, puestos a desvelar intimidades como estaba haciendo, una más ya me daba igual. Así que me dispuse a contestar… pero la forma en que me había hecho la pregunta se las traía. Era algo similar a esto:
— En una escala de 1 a 10, en la que 1 es la izquierda y 10, la derecha, ¿dónde se sitúa usted ideológicamente?

Me quedé un poco desconcertado, la verdad, dubitativo. Ella lo notó y, pretendiendo echarme una mano, añadió:
— El 1 sería comunistas, anarquistas…

Me quedé todavía más desconcertado porque, si el 1 era para comunistas y anarquistas, ¿dónde se sitúan aquellas ideologías que propugnan la revolución y el enfrentamiento armado directo con el Estado?, por poner un ejemplo. ¿En el -1? Contesté lo que me pareció más adecuado intentando ser coherente conmigo mismo… y ahí terminó la entrevista.

Luego, a toro pasado, me dije a mí mismo que había perdido una gran oportunidad de aclararme de una vez por todas en este asunto de la política, que debía haberle pedido a mi interlocutora telefónica la ideología que correspondía a cada número. Así habría podido salir de ese sinvivir en el que me tiene esta política nuestra. Estoy exagerando, claro. Esta política nuestra… Bueno, dejémoslo así.

Seguro que me habría divertido un rato, porque, siguiendo nuestro panorama político nacional, si el 1 es el saco en el que están comunistas y anarquistas juntos y revueltos, ¡creo que me sobran números! Probemos a ver: 2, independentistas; 3, podemistas; 4, socialistas; 5, ciudadanistas; 6, nacionalistas e independentistas de derecha; 7, conservadores pepeístas; 8… Bueno, bueno. Pues sí parece probable resumir el arco político ideológico español en 10 números: introducimos algunas matizaciones entre socialistas y socialdemócratas, también entre conservadores y liberales, añadimos a los fascistas en el 10… y creo que ya lo tenemos.

Claro que esta es una percepción: la mía. Quizá tú tengas otra diferente, y mi vecino, otra distinta. Pero nuestras opiniones aquí no tienen importancia. Deberíamos preguntarles a los políticos. ¿Crees tú que ellos se situarían a sí mismos más o menos en los números que yo he indicado? ¿O dirían, todos, que su número está entre el 5 y el 6, justo en el medio? ¿Qué opinas? Se admiten apuestas.

sábado, 1 de octubre de 2016

Patrioterismo deportivo

¿Por qué nos alegramos tanto por los éxitos de deportistas que ni siquiera conocemos? ¿Por qué, de repente, somos forofos de deportes que ni siquiera sabíamos que existían? ¿Por qué parece que nos corresponde una parte de cada medalla que un deportista español consigue? ¿Por qué no sentimos el mismo orgullo por los éxitos científicos o artísticos de otros compatriotas? ¿Por qué el deporte tiene esa peculiaridad?



Estábamos en una terraza tomándonos una horchata y dijo:
— Hemos ganado una medalla de oro en piragüismo.
— ¿Quién ha sido? ¿En qué prueba?
— Pues no sé.
A partir de ahí ya no presté mucha más atención a lo que siguió: que si ya llevábamos no sé cuántas medallas, que si todavía podíamos conseguir algunas más en…

No hice caso. Me quedé pensando en qué lleva a una persona que jamás ha mostrado el menor interés en asuntos deportivos a estar tan interesada. Por el deporte en sí no es: no tiene ni idea de la prueba objeto del triunfo ni, me imagino, de qué otras pruebas hay ni qué otros deportes existen. Por los deportistas tampoco es: ni los conoce ni siquiera sabe cómo se llaman ni de dónde son. ¿Entonces? Solo queda pensar que es por la españolidad, por el hecho de que se trata de un deportista español, vaya: es español, es compatriota mío y, por asimilación, es como si yo también ganara.

Es algo que refleja muy bien un chiste que circulaba hace unos años —no sé si también ahora—, cuando los deportistas españoles estaban los primeros en un montón de disciplinas: fútbol, tenis, baloncesto, balonmano, ciclismo, motociclismo… Decía así:
— ¡Hola, soy español! ¿A qué quieres que te gane?

Y es algo que se escenifica constantemente con la cantinela esa de '¡Yo soy español, español, español! ¡Yo soy español, español, español!', repetida hasta la saciedad en cuantas celebraciones populares se han ido haciendo en los últimos tiempos.

¿Qué nos lleva a actuar de esta manera? Sí, de acuerdo, son españoles. ¿Y? A algunos, los más mediáticos, los conocemos por la tele, sabemos cómo se llaman, de dónde son, puede que incluso sepamos cómo piensan en determinados asuntos. Pero de los otros, nada mediáticos, no sabemos nada, ni siquiera sabríamos de su existencia si no hubieran conseguido una medalla… y los olvidamos rápidamente hasta la siguiente medalla, si es que llega.

Yo me inclino a pensar que la explicación de este entusiasmo, orgullo incluso, está en la competición: el deporte es la actividad competitiva por excelencia. ¿A quién no le gusta ser el primero en algo? ¿A quién no le gusta ganar? Como no podemos ganar por nosotros mismos, proyectamos nuestras esperanzas en aquellos que, pensamos, nos representan: los deportistas que visten los colores nacionales. ¡Ah! Eso sí. Otra cosa es cuando estos mismos deportistas ya no visten los colores nacionales, sino los de sus clubes o equipos. Entonces, como no pertenezcan a clubes o equipos de nuestras simpatías, no solo nos dará igual, sino que probablemente los odiaremos.

Está claro: el deporte mueve a mucha gente, genera mucho negocio y, también, da prestigio internacional al país… Quizá no sería mala idea que las autoridades científicas y artísticas potenciaran sus propias competiciones internacionales y establecieran sus medalleros por países. Y quizá así podríamos ver dentro de unos años al próximo escritor español premiado con el Nobel de literatura o al próximo científico premiado con el Nobel de medicina celebrándolo con una rúa por las calles de Madrid a su vuelta de recibir el premio. Sería genial, ¿verdad?

viernes, 16 de septiembre de 2016

Mejor desconectar un poco

¿Por qué nos hemos creado esa necesidad de estar mirando cada momento el móvil? ¿Por qué no podemos estar más de, digamos, quince minutos y ya es mucho sin consultarlo? ¿Por qué nos parece que no vivimos si no estamos permanentemente conectados? ¿Por qué nos hemos creado esta necesidad? ¿Por qué esta manía?


Toda mi reflexión viene a cuento de una situación que viví en un avión tras aterrizar en Barajas alrededor de las diez de la noche. Como probablemente ya sepas, tras haber aterrizado, en los aviones no dejan usar el móvil "hasta que las puertas hayan sido abiertas", como explica la azafata de turno. Y probablemente también sabrás que muy poca gente espera a que se abran las puertas para encender el móvil y ponerse a hablar o a guasapear. Normalmente es para comunicar a quien sea que "ya hemos aterrizado", "estamos esperando para salir", "dentro de media hora estoy en casa", o algo similar. Nada del otro mundo: si hay personas que necesitan este contacto para tranquilizar a alguien que está esperando, sobre todo si el avión ha llegado retrasado, no tengo nada que objetar. Adelante.

Ahora bien, ¿qué necesidad hay de mandar mensajes de trabajo a esas horas de la noche? Sobre todo si los mensajes no son, digámoslo así, positivos. ¿Qué necesidad tiene alguien de dejar la siguiente frase en un contestador automático a las diez de la noche: "Acabamos de aterrizar, pero ya te adelanto problemas graves en…"? ¿Qué pretende con ese mensaje? ¿Que el destinatario, si lo oye antes de acostarse, no duerma tranquilo? ¿No puede esperar a decírselo por la mañana? ¿Qué es lo que hace que una persona se crea capacitada para entrometerse de tal manera en la vida privada de otra persona? ¡Qué estupidez!

Claro que este tipo de situaciones, que se dan muy a menudo, ya no causan extrañeza en el común de los mortales. Nos hemos acostumbrado tanto a irrumpir en, y a interrumpir, la vida de los demás vía móvil, que nada nos parece extraño. Ni nos molesta recibir mensajes laborales en horas de ocio, ni recibir mensajes de ocio cuando estamos trabajando. Hemos conseguido hacer de nuestra existencia un batiburrillo de conexiones telefónicas (llamadas, guasaps, internetes, tuíteres, instagramas, etcétera), que lo único que nos sorprende es no estar en conexión: más de quince minutos sin conectarme… y parece que el mundo va a olvidarse de mí.

Claro que la culpa de todo este desatino no es del teléfono, aparato de por sí muy interesante y útil; ni de la tecnología que permite todas esas posibilidades conectivas. La culpa es nuestra. Si hemos dejado que los demás se inmiscuyan en nuestras vidas hasta tal extremo, es porque así se lo hemos permitido. Con lo sencillo que es desconectar el teléfono cuando uno quiere descansar o, simplemente, no coger esa llamada que entra a horas intempestivas o no leer ese mensaje que me asalta mientras estoy leyendo un libro o a mitad de la partida de parchís con mis hijos…

Recuperar el control de nuestra vida no es tan difícil. Eso sí, requiere coraje. Te encontrarás con desplantes, habrá personas que no entenderán tu actitud desconectada, perderás la instantaneidad de muchas cosas… pero también te encontrarás con más tranquilidad, habrá personas cercanas a ti que te agradecerán tu actitud, ganarás vida. Pruébalo.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Matar Osamas

¿Por qué nos pareció tan normal que soldados estadounidenses mataran a Bin Laden de la forma en que lo mataron? ¿Por qué nadie protestó en nuestro primer mundo tan democrático y legal? ¿Por qué nos sigue pareciendo tan normal que sigan matando terroristas de la misma manera? ¿Por qué no nos sulfura eso igual que lo hace la muerte de secuestrados a manos de terroristas? ¿Por qué tenemos ese doble rasero?


Ejecuciones extrajudiciales lo llaman. Pero no son más que asesinatos o, por lo menos, homicidios. Dándoles ese nombre, quieren revestirlos de una pátina de legitimidad. Es como si dijeran: da igual, tarde o temprano los íbamos a pillar, los íbamos a juzgar y los íbamos a condenar a muerte; así que lo que hemos hecho ha sido adelantarnos un poco y ahorrarnos tiempo, dinero y males mayores. Pues no, señores, no da igual: hay que pillarlos y juzgarlos. Parece que no entienden ustedes el significado de lo que están diciendo: si es extrajudicial, está fuera de todos los cauces judiciales previstos en nuestras democracias avanzadas del primer mundo; si es una ejecución, es un homicidio preparado y premeditado, ergo, un asesinato. Quizá legalmente no lo sea, quizá hayamos sido capaces de fabricar leyes que lo amparen, pero no deja de ser un asesinato… con todas las de la ley. Si no, díganme en qué se diferencian estas ejecuciones extrajudiciales de las ejecuciones extrajudiciales preparadas, premeditadas y grabadas por los del EI.

Seamos sinceros: en eso, como en otras muchas cosas, todo se reduce a nosotros y ellos. Todo lo que hagamos nosotros, está bien; todo lo que hagan ellos, habrá que verlo. El problema es saber quiénes somos nosotros exactamente y quiénes son ellos. Si nosotros somos las democracias occidentales, los países del primer mundo, y ellos, el resto; si nuestra visión del mundo es así de cerrada, no debería sorprendernos que el punto de vista de ellos sea exactamente el mismo pero al contrario.

Un homicidio, ya sea con un comando de élite, con un dron o con un cuchillo, es un homicidio. ¿Ejecuciones extrajudiciales? Pues no, señores. Las ejecuciones, incluso las judiciales, con todas las de la ley, no son la solución.

martes, 16 de agosto de 2016

Un trapo con ínfulas

¿Por qué damos tanta importancia a un trozo de tela de colores? ¿Por qué le dedicamos poemas y canciones? ¿Por qué incluso lo protegemos con leyes y normas varias? ¿Por qué alguien puede ser castigado por ultrajarlo u ofenderlo? ¿Por qué hemos llegado a pensar que un trozo de tela puede ser ultrajado u ofendido?



Vale. De acuerdo. Las banderas son una forma sencilla de representar un país. Pero de ahí a pensar que no solo representan un país sino que son ese país, hay un largo trecho. Que la bandera de España sea España o que la bandera de Estados Unidos sea Estados Unidos no parece lógico, ¿verdad? ¡Si no es más que un trozo de tela! Sin embargo, en realidad, así es cómo la consideramos. No hay más que ver cómo unos, las autoridades del país, hacen esfuerzos para protegerla y otros, los enemigos del país, hacen esfuerzos para denigrarla. Unos redactan leyes que establecen protocolos de utilización y sanciones (“las ofensas o ultrajes de palabra, por escrito o de hecho […] se castigarán con la pena de multa de siete a doce meses”); otros se manifiestan contra ella y la pisotean, la queman, la escupen, se mean encima…


El hijo de un vecino mío era forofo a muerte del Real Madrid Club de Fútbol. Era tan forofo que, además de lucir toda la parafernalia propia de los forofos (camisetas, gorras, pantalones, medias, zapatillas, pósteres, etcétera), dormía entre sábanas del Real Madrid, se secaba con toallas del Real Madrid e, incluso, se ponía ropa interior del Real Madrid. Ninguna autoridad del Real Madrid le llamó nunca la atención por usar sábanas, toallas y calzoncillos con los colores del Real Madrid. ¿Ocurriría lo mismo si tuvieran los colores de la bandera de España?

Imaginemos que uno tiene incontinencia urinaria nocturna y se orina en las sábanas con la bandera de España: ¿ha cometido un delito de ultraje a la bandera? Si uno está un poco pachucho de las tripas y, digámoslo así, tiene un accidente diarreico en los calzoncillos con la bandera de España, ¿ha cometiendo una ofensa a la bandera? Si, después, ese mismo uno se lava y, digámoslo con todas las letras, se limpia el culo con una toalla con la bandera de España, ¿merece ser condenado por ello?

Señores: ¡que no es más que un trozo de tela! Más grande o más pequeño, más colorido o menos colorido, pero un trozo de tela al fin y al cabo… igual que los trapos.

lunes, 1 de agosto de 2016

La democracia, mejor sin apellidos

¿Por qué, a raíz del resultado del referéndum del Brexit, muchas voces cuestionan la legitimidad de las consultas directas a los ciudadanos? ¿Por qué ahora resulta que los referéndums no son ya tan democráticos? ¿Por qué, si la democracia es ‘el poder del pueblo’, que el pueblo ejerza ese poder de manera directa no es democrático? ¿Por qué tanto cinismo?


Las empresas que quieren tener éxito en los negocios o bien están regidas por mentes tan innovadoras que son capaces de imaginar, y crear, productos o servicios que los demás ni siquiera podemos imaginarnos que vayamos a necesitar, o bien han conseguido averiguar, normalmente gastando mucho dinero en estudios de mercado, qué necesita la gente y cómo ofrecérselo. Parece evidente que, si alguien monta una cafetería en su barrio, en el que ya hay otras treinta, no vaya a tener el éxito asegurado, por decirlo suavemente. Le habría bastado hacer un somero estudio de mercado para darse cuenta, por poner un ejemplo, de que era una idea mucho mejor montar una pastelería, porque no hay ni una en el barrio. Pues lo mismo ocurre con cualquier otro producto fabricado y diseñado en un laboratorio sin tener en cuenta las necesidades o los requerimientos de los consumidores, que son los que, en definitiva, tendrán la última palabra: no tienen el éxito asegurado ni mucho menos, por decirlo suavemente.

Esta estrategia, que, dicho sea de paso, por sí sola tampoco garantiza el éxito empresarial, no suele ser seguida casi nunca por los partidos políticos. Pocos partidos políticos hacen su programa electoral tras haber hecho un estudio de lo que quiere la gente. Hacen su producto en su laboratorio de ideas y, luego, tratan de venderlo en el mercado en competencia con los productos de otros partidos políticos. ¡Y así nos va!

Y por una vez que a un político con mando en plaza le da por hacerlo, todo el mundo político y mediático lo crucifica: que qué insensatez convocar el referéndum; que si los referéndums los carga el diablo; que si tú preguntas una cosa y la gente contesta otra; que dónde se ha visto eso de gobernar a golpe de referéndum; que para qué sirven, entonces, los parlamentos; etcétera. Claro que me supongo yo que lo que trae a mal traer a todos estos crucificadores políticos y mediáticos no es el referéndum en sí, sino su resultado, contrario a sus expectativas, me supongo yo.

Lo que han pretendido hacer estos críticos crucificadores es contraponer democracia representativa a democracia directa. La primera, que supone elegir cada cuatro años a nuestros representantes, que, luego, van a tomar las decisiones, es la buena. La segunda, que supone tomar directamente algunas decisiones en cuestiones de gran importancia e impacto, es la mala.

Señores: en origen, la democracia es ‘el poder del pueblo’ y, cuando el pueblo ejerce ese poder directamente, es la actuación más democrática del mundo. Sin ambages y sin peros. No olviden ustedes ese periodo no tan lejano de la historia de España, ese que llamamos dictadura: en aquella época, se le daba el nombre de democracia, democracia orgánica.

La democracia, cuantos menos apellidos tenga, mejor. Y la democracia directa se parece mucho a la democracia sin apellidos, por no decir que es lo mismo. No lo olvidemos.

sábado, 16 de julio de 2016

Ayuda o trabajo

¿Por qué, si le pido a mi hermana que me ayude a lavar el coche y no le pago nada, no pasa nada y, si se lo pido a un mecánico, tengo que pagar? ¿Por qué, si le pido a mi hija que me corte el césped, no le tengo que pagar nada y, si se lo pido a un jardinero, sí? ¿Por qué, si le pido a mi vecino que me eche una mano con la mudanza, con invitarle al aperitivo vale y, si se lo pido a un transportista, tengo que pagar? ¿Por qué, si le pido a un amigo informático que me arregle el ordenador, no le tengo que dar nada y, si lo llevo a un servicio de asistencia técnica, sí? ¿Por qué unas acciones se consideran ayuda (y no se remuneran) y otras, trabajo (y sí se remuneran)?



Ya he mencionado aquí en una ocasión anterior (Regalos, que no donaciones) que los impuestos son necesarios y que, cuando cobras el salario, pagas impuestos y cotizaciones. Por eso —aunque no solo por eso, claro— es importante que la gente trabaje. Ahora bien, ¿todas las acciones que implican esfuerzo debemos considerarlas trabajo? ¿Todas deben recibir una contraprestación dineraria y, por ello, pagar impuestos?


No parece que sea ese el caso: la hermana que me ayuda a lavar el coche, la hija que me corta el césped, el vecino que me echa una mano con la mudanza, el amigo que me arregla el ordenador, que me lleva al aeropuerto, que me recoge al niño en el cole cuando va a recoger el suyo y me lo trae a casa, que… Hay innumerables situaciones en las que la acción que se lleva a cabo puede ser hecha también por un profesional: un mecánico lavacoches, una jardinera, un transportista, un técnico informático, un taxista, una niñera… ¿Por qué pagamos en unos casos y no en otros? ¿Dónde está el límite entre ayuda (gratuita) y trabajo (remunerado)? Supongo que me dirás, y es el argumento más lógico, que, cuando es un profesional quien hace la acción, debe ser remunerado por ello. Es su trabajo, se gana la vida con él y debe cobrar. Bien. Hasta ahí de acuerdo.

Pero, ¿qué pasa si la hija que me corta el césped es una jardinera profesional que se gana la vida, entre otras cosas, cortando el césped? ¿Y si el amigo que me lleva al aeropuerto es un taxista profesional? ¿Tienen que cobrarme obligatoriamente? ¿No pueden hacerme un favor?  Curioso asunto este. ¿Dónde están los límites?

No sé si el Fisco habrá pensado en esta cuestión, y la tendrá controlada. Con las ansias que existen siempre de recaudar más y más, puedo imaginarme a los sesudos técnicos del ente estrujándose el magín para tratar de buscar la forma de que las ayudas profesionales sean consideradas trabajo, haya que pagar por ellas y, por lo tanto, puedan recaudar impuestos. ¿Que no? ¡Todo llegará! Tiempo al tiempo.

viernes, 1 de julio de 2016

El voto ‘partío’

¿Por qué el voto tiene que ser siempre a una única candidatura? ¿Por qué no puedo repartir mi voto entre varias candidaturas en función de mis simpatías? ¿Por qué solo a una? ¿Por qué, si simpatizo con dos candidaturas por igual, no puedo dar la mitad de mi voto a cada una de ellas? ¿Por qué es tan rígido el sistema electoral? ¿Por qué a nadie le interesa cambiar las cosas? ¿Por qué los que podrían hacerlo no dejan de regirse por sus propios intereses partidarios y se arriman más a los intereses de ciudadanos y votantes? 


Un hombre, un voto. ¡Vale! Es la máxima expresión de la democracia, dicen. ¡Vale! Pero, ¿qué pasa cuando ese hombre no tiene claro qué hacer con ese voto? ¿Acaso es culpa suya que no encuentre ningún producto en el mercado político que le convenza? ¿Es su culpa no querer desperdiciar su voto así como así? Si el voto es la máxima expresión de la democracia, ¿no habría que procurar facilitarles la vida a los votantes para que puedan expresarse libremente, sin cortapisas? Porque una cortapisa es el hecho de que tenga que dar mi voto entero a una sola de las opciones. Aunque la candidatura que más me satisfaga no me satisfaga al cien por ciento, me obligan a darle el cien por ciento de mi voto; no puedo darle menos. Si dudo entre dos candidaturas parejas, me obligan a decidirme por una de ellas; no puedo darle la mitad de mi voto a cada una… Si tuviera la opción de partir el voto, encontraría una solución más fácilmente.

¿Por qué no va a poder partirse un voto? Un voto no es más que una unidad. Y, recordemos las matemáticas, las unidades son divisibles: por dos, por tres, por cuatro, por cinco… Por lo que queramos. Vale, tampoco vamos a pedir que el voto pueda repartirse entre diez candidaturas, pero, ¿por qué no en dos mitades? Una mitad para la candidatura A y otra mitad para la B, o una mitad para la candidatura A y otra mitad en blanco…

Con esta medida y otras similares (voto en contra, voto en blanco), no es descartable que más gente acudiera a votar, ya que podría matizar mejor sus preferencias: la abstención bajaría (ahora se abstienen 1 de cada 3 votantes) y la democracia se robustecería. Pero, sin necesidad de hacer un estudio exhaustivo de los sistemas electorales de todos los países del mundo mundial, me atrevo a afirmar que en ningún país se puede partir el voto. ¿Por qué será? Probablemente porque a los políticos no les gustan las discrepancias. No hay más que ver cómo se comportan en los parlamentos: todos votan lo que dice el jefe. Y que no se te ocurra votar o decir otra cosa… ¡Y así vamos!

jueves, 16 de junio de 2016

Regalos, que no donaciones

¿Por qué, si le regalo a mi hijo 10 euros, mi hijo no tiene que pagar impuestos pero, si le regalo 10.000, sí? ¿Por qué, si le regalo a mi hija una casa de muñecas, no tiene que pagar impuestos pero, si le regalo una casa sin más, sí? ¿Por qué, si le regalo a mi mujer un ramo de flores, no tiene que pagar impuestos pero, si le regalo una parcela llenita de flores y plantas y árboles, sí? ¿Por qué tenemos que pagar impuestos por unos regalos y no por otros?



Vale. De acuerdo. Los impuestos son necesarios. Es la forma que han encontrado los estados de tener ingresos y poder mejorar la vida de sus ciudadanos. Sin ellos no tendríamos la sanidad que tenemos, la educación que tenemos, las pensiones que tenemos… Probablemente tampoco las carreteras, los transportes, los hospitales, las universidades… serían lo que son. Sin impuestos probablemente las desigualdades sociales serían más exageradas; la pobreza, mayor; los conflictos, más abundantes; la vida, más desigual… Por eso existen los impuestos.

Si te toca la lotería, pagas impuestos; cuando cobras el salario, pagas impuestos; cuando compras cualquier producto o servicio, pagas impuestos; al llenar el depósito de gasolina, pagas impuestos; al comprar una casa, pagas impuestos; al heredar una casa, pagas impuestos; si escrituras tu casa, ya sea comprada o heredada, pagas impuestos… Y también pagas impuestos si la casa te la regalan, o si te regalan un coche, o 10.000 euros, o…

Lo llaman impuesto de donaciones y se aplica a todas las donaciones, con lo cual se aplica también a los regalos. Pero, ¿a todos los regalos? Si es así, yo creo que todas las familias están defraudando a la Hacienda pública. ¿Por qué? Porque, ¿qué padre, abuelo o padrino no da una propina a su hijo, nieto o ahijado? Y ¿acaso el hijo, nieto o ahijado declara esa donación y paga los impuestos? Me parece que no. Me dirás que por una propinilla de nada, no nos vamos a poner a hacer declaraciones fiscales y demás. Y yo te daré la razón.

Pero, ¿dónde está, entonces, el límite? Porque, si el hijo todavía es chico, quizá no reciba de su padre más que un par de euros para unas chuches el fin de semana; total, unos 100 euros al año, 150 siendo generosos en el cumpleaños y algunas fiestas señaladas. Pero, si el hijo ya es adolescente y está en edad de merecer y, es un suponer, gastar una propina de 40 euros semanales, en cinco años habrá recibido ¡más de 10.000 euros!… y sin pagar ningún impuesto. Mientras que si recibiera esa misma cantidad de una tacada, el Fisco lo consideraría una donación y debería pagar el impuesto de donaciones.

Imagino que el Fisco está al tanto de la situación y la consiente o, dicho de otra manera, no le preocupa en demasía. Y debería, porque ¿qué ocurriría si esa misma 'situación' se traslada al caso de la casa? Es decir,  si a mi hija puedo regalarle un espejo para el baño o un lavavajillas, ¿por qué no voy a poder regalarle un metro cuadrado de pared o de suelo cada semana? Así, al cabo de unos años le habría regalado la casa entera… sin que ella tuviera que pagar impuestos. ¿Y por qué no voy a poder regalarle a mi mujer un metro cuadrado de parcela cada semana?

Me gustaría saber dónde está el límite entre regalo (sin impuestos) y donación (con impuestos), si existe una lista de qué es qué o alguna directriz del Fisco al respecto que aclare el asunto. Me gustaría saber cómo se ha resuelto esta cuestión. Si lo sabes, gracias por contármelo.

miércoles, 1 de junio de 2016

Solidaridad selectiva

¿Por qué guardamos un minuto de silencio en solidaridad con las víctimas de una catástrofe? ¿Por qué salimos a la puerta del centro de trabajo para solidarizarnos con las víctimas de un atentado terrorista? ¿Por qué hacemos eso solo con determinadas víctimas y no con todas? ¿Por qué actuamos así? ¿Por qué no nos damos cuenta de nuestras contradicciones?


De hecho, ¿qué queremos transmitir con estos gestos de, supuesta, solidaridad? Si la solidaridad consiste en pasar en silencio un minuto, bien podríamos solidarizarnos con todo tipo de víctimas: de catástrofes, de atentados, de despidos, de malos tratos, de abusos, de insultos, de robos, de atropellos, de palizas; víctimas de la pobreza, del hambre, de las guerras, de las enfermedades endémicas, del cáncer, de los accidentes de tráfico… Víctimas, las hay a montones; todo depende de la perspectiva con que se mire. Y un minuto no es demasiado. Así que bien podríamos potenciar más este tipo de actos: de pie, en silencio, delante de la puerta, con semblante compungido, un minuto… y vuelta para dentro. En total habremos estado unos… ¿10 minutos? pensando en las víctimas de lo que sea. Suficiente. Y a otra cosa.

Pero, ¿es eso solidaridad? Y si lo es, ¿para qué sirve esta solidaridad? Yo no tengo nada claro que sirva para algo… al menos a las víctimas. Las que estén muertas muertas seguirán; las heridas seguirán luchando por sanar y seguir viviendo; los familiares, igual de desesperados y desorientados que antes; quien haya perdido la casa seguirá al raso; los responsables de lo sucedido… ¡Ah! ¿Dónde andarán los responsables?

¿De verdad pensamos que ese minuto de silencio sirve para algo? Consuelo moral, dirá alguien. Sí, claro. Imagínate que has perdido una pierna y viene alguien  a proporcionarte consuelo moral. Lo que tú necesitas es una prótesis, quizá una silla de ruedas, probablemente adaptar la vivienda donde vives, seguramente cambiar de trabajo, buscar un medio de moverte por tu ciudad… ¡Y lo que te ofrecen es consuelo moral! O imagina que has perdido a tu hijo, o la casa donde vives, o… El consuelo moral vendrá muy bien cuando las necesidades básicas estén cubiertas. Mientras tanto, mejor proporcionar otra solidaridad más material, ¿no crees?

No hace tanto, hubo unas explosiones en Bruselas que produjeron varias víctimas: atentado terrorista. En mi empresa se promovió un minuto de silencio al mediodía. La gente salió a la puerta, un minuto y para dentro. Unos días después hubo otro atentado terrorista en Pakistán. ¿O era Afganistán? ¡Esos países tan lejanos! ¡Uno tiende a confundirlos! El caso es que hubo el doble de muertos que en Bruselas. ¿Promovió mi empresa un minuto de silencio? ¿A que ya te imaginas la respuesta?

No seamos hipócritas. Si nos 'solidarizamos' con Bruselas y no con Pakistán o Afganistán o lo-que-sea-tán, no es porque nos preocupen las víctimas, es porque vemos amenazada nuestra forma de vivir, nuestra civilización occidental, nuestro mundo perfecto. En el fondo, lo que queremos es librarnos, que no nos pase a nosotros lo de Bruselas o lo de París, por citar experiencias traumáticas cercanas. A las víctimas las olvidamos pronto; el miedo, el terror, la inseguridad, la impotencia tardan más tiempo en irse.

lunes, 16 de mayo de 2016

Inmigrantes… según y cómo

¿Por qué nos empeñamos en integrar a los inmigrantes que no quieren integrarse? ¿Por qué aceptamos que vengan inmigrantes a trabajar y no podemos aceptar que no quieran ser como nosotros? ¿Por qué esa manía de querer que sean como somos nosotros, que hagan lo mismo que hacemos nosotros y que se comporten como nos comportamos nosotros? ¿Por qué ese miedo, temor, terror, pánico a todo lo que es diferente a nosotros?


Parece claro que nuestra sociedad no podría subsistir sin los inmigrantes: muchos de ellos hacen trabajos que nosotros no queremos hacer, bien por la propia naturaleza de esos trabajos, bien porque no están bien pagados; contribuyen a aumentar los recursos de la Hacienda Pública y de la Seguridad Social, cosa nada baladí si tenemos en cuenta que la población, digámoslo así, autóctona cada vez está más envejecida… En fin, vienen a llenar un hueco que hemos dejado vacío. Por lo tanto, nos aportan muchos beneficios… pero nos cuesta verlos con buenos ojos.

Un holandés que trabaja en una multinacional farmacéutica, una belga ocupada en su embajada, un inglés que ejerce de profesor, un polaco que es jardinero no nos suponen ningún problema: son europeos con trabajo, se parecen a nosotros físicamente, visten igual, comen similar… Total, los aceptamos sin más aunque no consigamos comprenderlos totalmente: el idioma suele ser una barrera, algunas costumbres son un poco raras… pero no nos importa demasiado. Lo mismo ocurre con una ecuatoriana empleada del hogar o un boliviano albañil: hablan español, podemos entendernos bien con ellos… y el resto lo aceptamos mal que bien.

Pero, si el jardinero es magrebí y el albañil, negro, la cosa ya empieza a cambiar. Lo que antes considerábamos minucias, ahora son graves impedimentos para aceptarlos: que si no se lavan mucho, que si tienen otro concepto de la higiene, que si visten de aquella manera, que si su comida huele mal, que si arman mucho ruido, que no-sé-cuántas-cosas-más… Y lo que queremos es que se laven como nosotros, que limpien como nosotros, que vistan como nosotros… En definitiva, que sean como nosotros. Y no nos damos cuenta de que nadie es como nadie: cada uno es cada uno y sus circunstancias.

Para solucionar el asunto a nuestra conveniencia y que no nos puedan tachar de racistas o xenófobos, las sociedades ‘avanzadas’ nos hemos inventado el concepto de integración: los inmigrantes deben integrarse en la sociedad de acogida. Aplicamos, pues, una política de integración con los inmigrantes y se nos llena la boca de integración cuando de inmigrantes se trata. Pero, en realidad, lo que queremos decir con eso de la integración es que, si vienes aquí, tienes que comportarte como yo, tienes que vestir como yo, tienes que comer como yo, tienes que hablar como yo, tienes que vivir como yo. En definitiva, tienes que ser como yo. Si no, no vengas.

Unos se integran, porque quieren hacerlo, y se convierten en una copia de nosotros mismos. Otros no, porque no quieren, porque no quieren perder su identidad, porque están a gusto como son, porque… lo-que-sea. Pero nosotros no somos capaces de comprenderlos y nos seguimos empeñando en integrarlos: que si la educación, que si la cultura, que si el progreso… En el fondo, lo que se nos revuelve en lo más profundo de nuestra sociedad avanzada occidental es el miedo atávico a lo diferente, el temor a todo aquel que no es como yo. Si ni siquiera somos capaces de comprender a los compatriotas de la otra punta del país, ¿cómo vamos a comprender a los que vienen de la otra punta del mundo? Mejor que cambien ellos. Es más fácil, ¿verdad?

domingo, 1 de mayo de 2016

¿Por qué lo llaman picaresca cuando es corrupción?

¿Por qué nos indignamos con los fraudes que salen a la luz y, si podemos, omitimos ingresos en la declaración de la renta? ¿Por qué abominamos de los políticos corruptos y, sin embargo, no nos parece mal engañar a la compañía aseguradora del coche? ¿Por qué ponemos el grito en el cielo ante noticias sobre comisiones pagadas bajo cuerda y, en cambio, procuramos pagar en negro al fontanero si nos deja? ¿Por qué hablamos de corrupción en un caso y de picaresca en el otro?


No me lo podía creer. Un compañero de trabajo me comentó hace poco que sabía de alguien que se había empadronado lo más lejos posible para así poder tener plaza de aparcamiento en el trabajo. Resulta que una de las circunstancias que se tienen en cuenta para otorgar las plazas de aparcamiento en la empresa, siempre escasas, es esa: la distancia entre la oficina y la casa de uno. Así que, empadronándose lo más lejos posible, las posibilidades de obtener plaza de garaje aumentaban. Claro que ese ‘alguien’ no vive donde está empadronado, vive mucho más cerca.

Hace ya unos años, me comentaron que era práctica habitual omitir ingresos en la declaración de la renta para así poder ‘demostrar’ los ingresos bajos de la unidad familiar y tener así más posibilidades de obtener plaza para el vástago en el colegio de preferencia. Pero, claro, como Hacienda no es tonta, convenía hacer una declaración complementaria con los ingresos correctos lo más rápidamente posible. Así, quedábamos a bien con Hacienda y podíamos utilizar la primera declaración para lo del colegio.

También me refirieron el caso de cierta persona que había comprado un coche a nombre de un pariente minusválido para beneficiarse de la exención de impuestos que lleva aparejada la condición de minusválido.

Y mejor no hablemos de los que tienen chacha en casa y no cotizan por ella a la Seguridad Social. O de los que pagan sin factura al fontanero, al albañil o al pintor. O de los que incluyen en el parte de accidentes del seguro del coche daños ajenos al accidente. O de los que… [Completar la relación según la sensibilidad de cada uno].

Algunos lo llamarán tretas; otros, picaresca. Habrá incluso quien hable de la idiosincrasia del español. ¡Zarandajas! Si no es corrupción, es el primer paso de la corrupción. Y lo que más me sorprende y encocora de todo esto es esa permisividad social: que nadie lo vea mal o, al menos, que nadie lo vea ‘tan’ mal como para no intentar hacerlo también: si esos lo hacen, por qué no voy a hacerlo yo también, ¡ea!.

sábado, 16 de abril de 2016

El medioambiente como excusa

¿Por qué, de un tiempo a esta parte, cada vez hay más empresas que incorporan criterios medioambientales a su gestión? ¿Por qué ahora los hoteles ‘plantan’ árboles? ¿Por qué las compañías de suministros (agua, gas, electricidad, teléfono) ‘preservan’ la naturaleza? ¿Por qué todas estas empresas hacen publicidad de ello? ¿Por qué nos creemos sus desvaríos?


El medioambiente está de moda. Bueno, el medioambiente no, lo que está de moda es ser defensor del medioambiente, medioambientalista, ecologista… La cosa empezó, como no podía ser de otra manera, con asociaciones de defensa de la naturaleza, grupos ecologistas; con personas, por decirlo llanamente, que tenían una conciencia diferente. Con el tiempo, empezaron a asomarse también las administraciones y, más adelante, algunas empresas. Pero, de un tiempo a esta parte, parece ya una invasión: las empresas que se dicen respetuosas con el medioambiente son una enormidad.

Pero no nos engañemos. No es por respeto al medioambiente, ni por cuidar de los recursos naturales, ni por salvar el planeta, ni por nada similar. Es por respeto a la cuenta de resultados, por cuidar de los gastos de explotación, por salvar el reparto de beneficios y por otras cosas similares. No nos dejemos engañar. Hoteles, fabricantes de coches, bancos, eléctricas y demás son empresas y su objetivo es ganar dinero, cuanto más mejor. No se trata de oenegés o asociaciones sin ánimo de lucro. La razón de su existencia es ganar dinero y hacérselo ganar a sus accionistas. Ese es su objetivo principal, al que se subordina todo lo demás. Así es cómo funciona el mundo capitalista, no nos engañemos.

Vale. Puedo llegar a convenir en que quizá sea posible que alguna empresa tenga también conciencia medioambiental, que realmente se crea eso de que, haciendo o dejando de hacer noséqué, puede colaborar a nosécuántos. No lo descarto del todo. Pero, no nos engañemos, si los hoteles piden a sus clientes que elijan si quieren toallas limpias cada día o seguir usando las mismas, no es para plantar árboles, sino para que la factura de lavandería se reduzca. Si los bancos y las empresas de suministros imponen a sus clientes las facturas online, no es para talar menos árboles, sino para que la factura de papelería se reduzca. Si los fabricantes de coches diseñan vehículos cada vez menos contaminantes, no es por ensuciar menos, sino porque la legislación los obliga. No hay más que ver lo que ocurrió el año pasado —y que todavía colea— con el grupo Volkswagen: manipularon no sé cuántos millones de coches para hacer creer a todo el mundo que contaminaban menos. ¿Por qué lo hicieron? Desde luego, no por conciencia ecologista, sino porque así vendían más y aumentaba el negocio.

No nos dejemos engañar: para todas las empresas, la pela es la pela. Lo demás, es accesorio o, como mínimo, está supeditado al negocio: si tener conciencia ecologista no aumenta los ingresos o no reduce los gastos, ¿para qué me vale?

viernes, 1 de abril de 2016

Políticamente correcto, lingüísticamente estulto

¿Por qué a muchos políticos les da por decir 'ciudadanos y ciudadanas', ‘españoles y españolas’, 'trabajadores y trabajadoras'… en sus intervenciones públicas? ¿Por qué alguno ha discurseado hablando de 'nosotros y nosotras'? ¿Por qué incluso a algún otro se le ha oído decir 'muchos y muchas'? ¿Por qué muchos periodistas hablan de 'subsaharianos'  o de 'afroamericanos' en vez de decir 'negros'? ¿Por qué se empeñan en utilizar palabras y expresiones alejadas del lenguaje común? ¿Por qué no son capaces de darse cuenta de que hacen el ridículo más que nada?


Esta reflexión tiene dos vertientes. La primera está causada por esa pretensión que tienen ciertos políticos supuestamente progresistas de querer evitar una malentendida discriminación hacia las mujeres en sus discursos: si digo ‘españoles’, me echaran en cara que me olvido de las mujeres, así que voy a decir ‘españoles y españolas’; si menciono a los ‘trabajadores’, me dirán que qué pasa con las mujeres que trabajan, así que diré ‘trabajadores y trabajadoras’...

La segunda viene al hilo de la elección de la primera diputada negra al Parlamento de España. Se trata de una mujer española nacida en Guinea Ecuatorial, que, como probablemente muchos ya habrán olvidado o quizá no hayan llegado a saber nunca, fue una provincia —más bien, colonia— española. Todos los medios de comunicación resaltaron que se trataba de la primera diputada ‘negra’ de España. Nada de ‘subsahariana’. ‘Negra’, con todas las letras y sin maquillajes. ¿Quiere eso decir que ya se han percatado de la estulticia que supone decir ‘subsahariano’ en vez de ‘negro’? No creo, Estos mismos medios de comunicación siguen hablando de 'subsaharianos' cuando se trata de noticias relacionadas con pateras, naufragios, inmigración ilegal, etcétera. Y también hablan de ‘afroamericanos’ cuando son noticias que proceden de Estados Unidos, básicamente. Señores directores, señores redactores jefe, ¿dónde queda la coherencia en su medio de comunicación?

En cualquier caso, no deja de será una buena noticia que, aunque sea por una vez, se hayan olvidado de lo que se define como políticamente correcto y hablen como el resto de los mortales. Sería de esperar que el ejemplo cundiera en más ocasiones e, incluso, en otros ámbitos de la sociedad. Pero, al parecer, lo que se avecina es la tendencia contraria: un museo de Ámsterdam (Países Bajos), el Rijksmuseum, va a modificar los títulos de unas 300 obras para que 23 palabras que consideran despectivas desaparezcan. Entre ellas está negro, cafre, indio, enano, esquimal, moro, mahometano…Mucho me temo que esta tendencia no tarde en ser calcada en otros lugares del orbe. Veremos.

Volviendo ahora a la primera vertiente de la reflexión inicial, la de la discriminación hacia las mujeres, que se me ha quedado algo retrasada, me permito decir que demuestra una estulticia rayana en lo absurdo. Básicamente, por dos cosas: una, porque mencionar siempre la pareja de vocablos, en masculino y en femenino, hace muy pesado el discurso y, por ende, muy pesado al discursero; dos, porque, por mucha atención que ponga el discursero, es más que probable que se le escape alguna pareja, con lo que, además de pesado, quedará como un inculto.

Un ejemplo de Pedro Sánchez:


Lo de ‘compañeros y compañeras’ lo tiene clarísimo: lo repite cuatro veces. También lo de amigos y ‘amigas’. Sin embargo, patina en lo de ‘españoles y españolas’: en un caso, indica los dos artículos; en otro, solo el masculino. Sigue patinando en lo de ‘todos y todas’: a veces pone los dos; otras veces se olvida del femenino. Vuelve a patinar en ‘nosotros’, ya que se olvida completamente de ‘nosotras’. Y se pega el batacazo con la expresión ‘de todos y de todas los españoles y las españolas’: sí, indica los dos géneros gramaticales… pero ¡la estructura es una aberración!

En definitiva, un discurso pesado, del que tienes ganas de huir tras escuchar o leer un par de párrafos. ¿Cómo es que no son capaces de verlo estos personajes públicos? ¿Acaso se expresan así también en su vida privada: mis hijos y mis hijas, mi mujer y yo nos vamos de fin de semana a casa de los abuelos y las abuelas? ¡Apostaría un cuérrago a que no!

Con ánimo de ayudarles a solucionar este conflicto permanente en el que se desarrolla su existencia, me permito sugerirles lo siguiente: ¡utilicen la vocal i para indicar que una palabra es neutra, que no tiene marca ni de masculino ni de femenino! Digan, pues: “Gracias de corazón, compañeris. Gracias a todis. Lis españolis están muy pendientis de nosotris, queridis amiguis…”.

¡Quién sabe! ¡Igual la RAE termina por dar su aquiescencia a esta fórmula!

martes, 15 de marzo de 2016

Mi patria es apatria

¿Por qué por el hecho, accidental, de haber nacido en España (o Portugal o Francia o Italia…) tengo que ser obligatoriamente español (o portugués o francés o italiano…)? ¿Por qué tengo que tener la ciudadanía española (o portuguesa o francesa o italiana…)? ¿Por qué no puedo no ser ciudadano de ningún país? ¿Por qué no puedo ser simplemente ciudadano del mundo? ¿Por qué tengo que tener una patria quiera o no quiera? ¿Por qué no puedo no tener patria?

 
 
Ser ciudadano de un país, tener su nacionalidad, implica que uno se identifica con ese país, que participa en la vida comunitaria del país, que comparte su existencia con sus conciudadanos. Incluye, por supuesto, alegrarse por los logros de la selección nacional de fútbol, por poner un ejemplo, o del héroe deportivo de turno, pero no es solo eso. Consiste en sentirse parte de una colectividad, en compartir una misma visión del país, y del mundo, si me apuras. No tiene que ver con los políticos que estén gobernando en un momento determinado, es algo más universal, que trasciende a la política, y, a la vez, intemporal. Es sentirse a gusto con el país, con todo lo que le rodea a uno y, por supuesto, ser fiel a ello.
 
Parafraseando a Clarín, a mí me nacieron en España y, simplemente por eso, el sistema me considera ciudadano español: me inscribieron en un registro de españoles, me dieron un documento de identidad español, un pasaporte español… y el Estado español se arrogó el mandato de 'velar' por mí. No hay nada que hacer. Las cosas son así y así las hemos aceptado todos.
 
Ahora bien, pasa el tiempo, las personas cambian, las sociedades y los países también y puede ocurrirle a uno que vea la vida de otra manera, que se dé cuenta de que ya no encaja tanto en esa comunidad, que lo que antes le hacía sentirse parte de ella se ha esfumado, que le cuesta encontrar puntos de unión con sus conciudadanos en esa visión del mundo y de la existencia. En definitiva, que esa patria que le correspondió accidentalmente por nacimiento no es ya de su agrado… y quiere renunciar a ella.
 
El sistema no lo permite.
 
Así es. No hay manera de dejar de ser español (o portugués o francés o italiano…), no es posible renunciar a la nacionalidad. Uno puede romper su pasaporte español, quemar su documento de identidad español, manifestar su intención de dejar de ser español ante notario o ante el rey de turno, elevar una súplica al sursuncorda… Nada vale, nada va a conseguir. El sistema no permite renunciar a tu nacionalidad… si no tienes otra. Si uno tiene doble nacionalidad española / chilena, por ejemplo, y quiere renunciar a la española, no hay problema. Si uno tiene solo nacionalidad española (o portuguesa, o francés o italiana…) y quiere renunciar a ella, no puede.
 
El sistema no permite no tener ninguna nacionalidad.
 
Pero eso no quiere decir que no existan personas sin nacionalidad. En el mundo hay unos 10 millones de personas (datos de Acnur) que carecen de nacionalidad, porque no son reconocidas por ningún Estado como ciudadanos. Son personas que, en la mayor parte de los casos, han sido desposeídas de su nacionalidad, son apátridas obligadas. Y los Estados, en el marco de las Naciones Unidas, han firmado conciertos y convenios para protegerlas, para salvaguardar sus derechos y, también, se han puesto de acuerdo para que exista el menor número posible de apátridas en el mundo, otorgándoles incluso facilidades para conseguir otra nacionalidad.
 
Es una iniciativa loable, desde luego, porque va encaminada a resolver situaciones sobrevenidas, por lo general, a causa de conflictos entre Estados, que terminan afectando a grupos de personas, minorías normalmente, a las que privan de la nacionalidad.
 
Ahora bien, cosa diferente parece querer ser apátrida por libre elección, sin conflicto mediante. No debería haber impedimentos para dejar de ser español (o portugués o francés o italiano…) por voluntad propia. Claro que quizá el problema esté precisamente en eso, en que se trate de una decisión voluntariamente adoptada, porque no creo que a ningún Estado le guste oír que no hace las cosas bien, que no sirve, que no tiene sentido su existencia… que, en el fondo, es lo que significa querer renunciar a la nacionalidad.
 
Y eso, eso es intolerable, ¿verdad?