¿Por qué?

¿Por qué?

lunes, 15 de febrero de 2016

La suciedad de la sociedad

¿Por qué tiras al suelo la colilla al acabar el cigarrillo? ¿Por qué dejas caer al suelo ese papel que te sobra en las manos? ¿Por qué tiras el chicle a la acera? ¿Por qué te cuesta tanto acercarte a una papelera? ¿Por qué no recoges los excrementos de tu perro? ¿Por qué no metes la basura dentro de los contenedores? ¿Por qué te importa un comino ser tan sucio?


Dice la Organización de Consumidores y Usuarios que la suciedad avanza en las calles de la mayoría de las grandes ciudades y que año tras año empeora la limpieza urbana (fuente: Estudio de limpieza urbana, OCU-Compra Maestra nº 403, mayo 2015). Como con casi todo, este asunto de la suciedad/limpieza tiene dos caras: ¿está todo más sucio porque ensuciamos más o porque limpiamos menos? Es decir, ¿somos más guarros o somos menos limpios? Probablemente sea una conjunción de las dos cosas. Ahora bien, bien es verdad que si no ensuciáramos no deberíamos limpiar. No es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia.

Un ejemplo. Hay en mi barrio un edificio de una universidad. Los alumnos, universitarios ahora, pero futuros empresarios e ingenieros mañana, salen a fumar a la puerta. El suelo de la acera está siempre lleno de colillas… ¡y eso que tienen una papelera a cinco pasos contados! ¿Qué lleva a esa gente a actuar así? ¿La pereza? No creo, son solo cinco pasos. ¿La mala educación? No creo, son universitarios, y de buena familia (es una universidad privada).

Otro ejemplo. Hay en mi barrio una iglesia que debe de ser muy bonita, porque en ella se celebran muchas bodas. Y son bodas de alto copete, con profusión de chaqués, los hombres, y de tocados, las mujeres. Tras las celebraciones, el suelo de la acera siempre se queda lleno de confeti, pétalos de rosa y granos de arroz (¡qué desperdicio!)… hasta que llega la lluvia, el viento o el barrendero de turno del ayuntamiento. ¿Qué lleva a esas personas a actuar así?, repito.

He visto a un vecino fumando en su terraza (imagino que no le dejan fumar dentro de casa) y, al terminar, tirar la colilla a la calle. He visto a otro vecino podando los geranios de su balcón y dejando caer los restos de la poda a la acera. He visto a una vecina meter su basura en un contenedor de otro portal por la mañana (la recogida es por la noche). He visto a un portero vaciar los restos del contenedor en un alcorque antes de meterlo en el portal por la mañana (la recogida es por la noche). He visto a un joven salir de un bar, cruzar a la acera de enfrente, acercarse a la puerta cerrada de un garaje, prepararse para mear, abortar la maniobra al acercarme yo, esperar a que me alejara y vaciar su vejiga. He visto a borrachos (supongo) meando en un alcorque. He visto a padres haciendo hacer eso mismo a sus hijitos. He visto a mujeres (y hombres) meando entre dos contenedores de basura. He visto a dueños de perros dejando los excrementos del perro en el suelo; a fumadores que sacan el último cigarrillo del paquete y a los que, ¡vaya!, se les escapa el paquete de las manos; a conductores abriendo la ventanilla del coche para tirar la colilla, cuando no es todo el contenido del cenicero, al suelo; a personas comiendo un bollo mientras van caminando y que, ¡vaya!, pierden la servilleta…

Y están también estos restos que parece que no tienen dueño, pero que tapizan el suelo de calles y aceras: los panfletillos publicitarios de los parabrisas de los coches, las servilletas de papel de las terrazas de los bares, los recibos de los cajeros automáticos, las colillas, muchas colillas, ante las puertas de los bares… Seguramente tú podrás añadir muchos más casos a la lista.

Siempre me pregunto si esa gente se comporta igual en su propia casa: ¿tirarán colillas y restos de comida al suelo? No hay que ser muy listo para pensar que no, que en casa se comportan de otra manera. Entonces, ¿por qué fuera de casa actúan así? No me queda más remedio que pensar que se trata de prepotencia y egoísmo a partes iguales: porque yo lo valgo;  porque me apetece; porque me da la gana; porque quiero; porque mi casa es mía y la calle, no… En fin, actitudes muy poco ciudadanas, que y es lo que me deja más pasmado, casi nadie ve ya mal.

lunes, 1 de febrero de 2016

Voto en blanco realmente útil

¿Por qué no tienen representación en los parlamentos los ciudadanos que votan en blanco? ¿Por qué quien vota en blanco tiene la sensación de que hubiera dado igual abstenerse? ¿Por qué los votos en blanco son votos inútiles, que no sirven para, casi, nada? ¿Por qué no se resuelve este déficit democrático?


La normativa electoral considera que para que una candidatura pueda obtener representación en las elecciones a las Cortes Generales debe obtener, al menos, el 3 % de los votos válidos (el 5 % si se trata de elecciones municipales). Y la normativa electoral considera que son votos válidos los votos a candidaturas y, también, los votos en blanco (los votos nulos no son válidos). Esta es toda la utilidad que tienen los votos en blanco en la normativa actual: una utilidad residual, por no decir nula. Podemos decir que viene a ser casi lo mismo votar en blanco que no votar.

Sin embargo, los ciudadanos que votan en blanco han hecho el esfuerzo de acercarse a su colegio electoral y, probablemente, han reflexionado previamente sobre qué actitud adoptar: votar a esta candidatura, votar a la otra, no votar… Si al final han decidido votar en blanco, ¿no merecen, acaso, que su voto sea tan útil como los votos de aquellos que han votado a candidaturas? ¿No merecen que sea tenido en cuenta de la misma manera? De lo contrario, y es lo que ocurre en la actualidad, ¿no estamos ante un caso flagrante de déficit democrático: unos votos valen y otros, no?

Si los votos a candidaturas sirven para otorgar los escaños que corresponden a cada candidatura, los votos en blanco también deberían servir para eso. Deberían ir a una ‘candidatura en blanco' y, si llega el caso, tener incluso representación parlamentaria, igual que las demás candidaturas. Es la única manera de que los ciudadanos que votan en blanco estén también representados en los parlamentos.

Si analizamos los resultados de las últimas elecciones al Congreso del 20 de diciembre de 2015, donde los votos en blanco supusieron entre un 0,5 % y un 1,5 % de los votos, la ‘candidatura en blanco’ no habría obtenido ningún diputado en ninguna circunscripción electoral.

Sin embargo, de ponerse en práctica esta medida, no parece descabellado pensar que quizá una parte de los ciudadanos que ahora no votan (alrededor del 27 %) puede que lo hicieran en blanco. Y tampoco parece descabellado pensar que esa ‘candidatura en blanco’ quizá pudiera lograr algún diputado. De hecho, solo con que hubiera votado en blanco una de cada cinco personas que se abstuvieron, la ‘candidatura en blanco’ habría obtenido ¡9 representantes!: uno en Baleares, Las Palmas, Málaga, Sevilla y Valencia, y dos en Barcelona y Madrid.

Nueve diputados en blanco. O mejor dicho, nueve escaños en blanco, que no serían ocupados por nadie, pero que tendrían el mismo peso que los escaños ocupados. En la votación para elegir al Presidente del Congreso, nueve votos en blanco; en la votación de los Presupuesto, nueve votos en blanco; en todas las votaciones parlamentarias, nueve votos en blanco. Ni a favor ni en contra, siempre en blanco.

Es la manera de que las personas que votan en blanco se puedan considerar representadas por los parlamentos, al igual que las que votan a las candidaturas votantes. Solo así los parlamentos serán los verdaderos representantes del pueblo.

Y, además, puestos a buscarle más cosas positivas a esta medida, nos ahorraríamos un dinerillo, que nunca viene mal: el sueldo de nueve diputados, con los gastos, dietas y demás prebendas que lleva aparejados el escaño. En definitiva, todo son beneficios, ¿no crees?