¿Por qué?

¿Por qué?

domingo, 16 de octubre de 2016

Ideología política del 1 al 10

¿Por qué, desde hace ya bastante tiempo, el Partido Socialista Obrero Español no se define como un partido de izquierdas sino de centroizquierda? ¿Por qué el Partido Popular no se define como de derechas sino de centroderecha? ¿Por qué, cuando apareció, Podemos se definió como un partido transversal, ni de derechas ni de izquierda? ¿Por qué todos los partidos políticos parece que terminan por abandonar sus posiciones ideológicas iniciales para ir desplazándose poco a poco al centro?



El otro día me hicieron una encuesta por teléfono. Me preguntaron un montón de cosas sobre mi percepción de la situación económica general y de la mía y de mi familia en particular. También sobre cuál pensaba yo que sería la situación dentro de seis meses. No recuerdo el nombre de la empresa que hacía la encuesta ni tampoco el de la mujer que me hacía las preguntas, que, dicho sea de paso, se limitaba a leer el cuestionario que tenía delante y a recoger mis respuestas. Y, cuando yo dudaba o no entendía bien lo que me preguntaba, intentaba resolver la cuestión echando mano, me imagino, de los argumentos que seguramente tenía escritos también en el cuestionario.

Al final, me hizo unas cuantas preguntas que tenían que ver con mi perfil, como lo llaman en esos ámbitos estadísticos: edad, situación laboral, situación familiar, nivel de ingresos, que si era propietario de la vivienda, que si pagaba hipoteca, que si tenía coche… Nada del otro mundo, vaya, hasta que me preguntó por mi orientación política. Al principio me sorprendió, porque nunca antes me habían preguntado directamente por eso, pero, puestos a desvelar intimidades como estaba haciendo, una más ya me daba igual. Así que me dispuse a contestar… pero la forma en que me había hecho la pregunta se las traía. Era algo similar a esto:
— En una escala de 1 a 10, en la que 1 es la izquierda y 10, la derecha, ¿dónde se sitúa usted ideológicamente?

Me quedé un poco desconcertado, la verdad, dubitativo. Ella lo notó y, pretendiendo echarme una mano, añadió:
— El 1 sería comunistas, anarquistas…

Me quedé todavía más desconcertado porque, si el 1 era para comunistas y anarquistas, ¿dónde se sitúan aquellas ideologías que propugnan la revolución y el enfrentamiento armado directo con el Estado?, por poner un ejemplo. ¿En el -1? Contesté lo que me pareció más adecuado intentando ser coherente conmigo mismo… y ahí terminó la entrevista.

Luego, a toro pasado, me dije a mí mismo que había perdido una gran oportunidad de aclararme de una vez por todas en este asunto de la política, que debía haberle pedido a mi interlocutora telefónica la ideología que correspondía a cada número. Así habría podido salir de ese sinvivir en el que me tiene esta política nuestra. Estoy exagerando, claro. Esta política nuestra… Bueno, dejémoslo así.

Seguro que me habría divertido un rato, porque, siguiendo nuestro panorama político nacional, si el 1 es el saco en el que están comunistas y anarquistas juntos y revueltos, ¡creo que me sobran números! Probemos a ver: 2, independentistas; 3, podemistas; 4, socialistas; 5, ciudadanistas; 6, nacionalistas e independentistas de derecha; 7, conservadores pepeístas; 8… Bueno, bueno. Pues sí parece probable resumir el arco político ideológico español en 10 números: introducimos algunas matizaciones entre socialistas y socialdemócratas, también entre conservadores y liberales, añadimos a los fascistas en el 10… y creo que ya lo tenemos.

Claro que esta es una percepción: la mía. Quizá tú tengas otra diferente, y mi vecino, otra distinta. Pero nuestras opiniones aquí no tienen importancia. Deberíamos preguntarles a los políticos. ¿Crees tú que ellos se situarían a sí mismos más o menos en los números que yo he indicado? ¿O dirían, todos, que su número está entre el 5 y el 6, justo en el medio? ¿Qué opinas? Se admiten apuestas.

sábado, 1 de octubre de 2016

Patrioterismo deportivo

¿Por qué nos alegramos tanto por los éxitos de deportistas que ni siquiera conocemos? ¿Por qué, de repente, somos forofos de deportes que ni siquiera sabíamos que existían? ¿Por qué parece que nos corresponde una parte de cada medalla que un deportista español consigue? ¿Por qué no sentimos el mismo orgullo por los éxitos científicos o artísticos de otros compatriotas? ¿Por qué el deporte tiene esa peculiaridad?



Estábamos en una terraza tomándonos una horchata y dijo:
— Hemos ganado una medalla de oro en piragüismo.
— ¿Quién ha sido? ¿En qué prueba?
— Pues no sé.
A partir de ahí ya no presté mucha más atención a lo que siguió: que si ya llevábamos no sé cuántas medallas, que si todavía podíamos conseguir algunas más en…

No hice caso. Me quedé pensando en qué lleva a una persona que jamás ha mostrado el menor interés en asuntos deportivos a estar tan interesada. Por el deporte en sí no es: no tiene ni idea de la prueba objeto del triunfo ni, me imagino, de qué otras pruebas hay ni qué otros deportes existen. Por los deportistas tampoco es: ni los conoce ni siquiera sabe cómo se llaman ni de dónde son. ¿Entonces? Solo queda pensar que es por la españolidad, por el hecho de que se trata de un deportista español, vaya: es español, es compatriota mío y, por asimilación, es como si yo también ganara.

Es algo que refleja muy bien un chiste que circulaba hace unos años —no sé si también ahora—, cuando los deportistas españoles estaban los primeros en un montón de disciplinas: fútbol, tenis, baloncesto, balonmano, ciclismo, motociclismo… Decía así:
— ¡Hola, soy español! ¿A qué quieres que te gane?

Y es algo que se escenifica constantemente con la cantinela esa de '¡Yo soy español, español, español! ¡Yo soy español, español, español!', repetida hasta la saciedad en cuantas celebraciones populares se han ido haciendo en los últimos tiempos.

¿Qué nos lleva a actuar de esta manera? Sí, de acuerdo, son españoles. ¿Y? A algunos, los más mediáticos, los conocemos por la tele, sabemos cómo se llaman, de dónde son, puede que incluso sepamos cómo piensan en determinados asuntos. Pero de los otros, nada mediáticos, no sabemos nada, ni siquiera sabríamos de su existencia si no hubieran conseguido una medalla… y los olvidamos rápidamente hasta la siguiente medalla, si es que llega.

Yo me inclino a pensar que la explicación de este entusiasmo, orgullo incluso, está en la competición: el deporte es la actividad competitiva por excelencia. ¿A quién no le gusta ser el primero en algo? ¿A quién no le gusta ganar? Como no podemos ganar por nosotros mismos, proyectamos nuestras esperanzas en aquellos que, pensamos, nos representan: los deportistas que visten los colores nacionales. ¡Ah! Eso sí. Otra cosa es cuando estos mismos deportistas ya no visten los colores nacionales, sino los de sus clubes o equipos. Entonces, como no pertenezcan a clubes o equipos de nuestras simpatías, no solo nos dará igual, sino que probablemente los odiaremos.

Está claro: el deporte mueve a mucha gente, genera mucho negocio y, también, da prestigio internacional al país… Quizá no sería mala idea que las autoridades científicas y artísticas potenciaran sus propias competiciones internacionales y establecieran sus medalleros por países. Y quizá así podríamos ver dentro de unos años al próximo escritor español premiado con el Nobel de literatura o al próximo científico premiado con el Nobel de medicina celebrándolo con una rúa por las calles de Madrid a su vuelta de recibir el premio. Sería genial, ¿verdad?