¿Por qué?

¿Por qué?

jueves, 16 de marzo de 2017

El mundo por una pantallita

¿Por qué esa tendencia a observar el mundo a través de una pantalla de teléfono? ¿Por qué nos sentimos desamparados sin él? ¿Por qué nos interesa más lo que pasa en otro lugar que lo que tenemos delante? ¿Por qué no somos capaces de llevar tranquilamente el teléfono en el bolsillo y atender a lo cercano? ¿Por qué nos estamos recluyendo en ese chisme?


Me suelo mover poco por mi ciudad en metro. Yo soy más del vehículo unipersonal de dos ruedas sin motor (de la bici, vamos). Durante unos días, me he visto obligado a utilizar el metro para ir al trabajo… y me ha sorprendido la cantidad de personas que están ensimismadas con sus aparatos electrónicos, teléfonos móviles inteligentes, básicamente. Un día se me ocurrió hacer un recuento —llamarlo encuesta sería una aberración— y dos tercios de las personas que iban en el vagón estaban mirando un teléfono o un lector de libros electrónicos, muchas de ellas con auriculares puestos. Del otro tercio, algunas personas iban leyendo algún periódico o algún libro, otras iban dormitando (las menos) y otras simplemente iban mirando (el menda y alguna más).

Soy capaz de entender que cada uno es cada uno y dedica su tiempo libre a lo que quiere. Pero siempre me sorprendo cuando me doy cuenta de que ese ‘lo que quiere’ es mirar una pantalla más bien pequeña. Soy capaz de entender también que detrás de la pantallita está el mundo o, al menos, ese mundo que interesa a quien mira las pantallas: amistades, entretenimiento, noticias, cotilleos, qué-sé-yo… Pero me sorprende horrores que esa pantallita, con lo pequeña que es, eclipse todo lo que está cerca, al alcance de tus manos o de tus ojos.

En mi vagón de metro, nadie hablaba con nadie. Y no me refiero a que alguien estuviera manteniendo una conversación sobre algún tema de actualidad con el desconocido de al lado. Eso hace ya tiempo que pasó a la historia. Me refiero a que nadie se dignaba decir ‘vas a salir, por favor’, ‘me dejas pasar’, cuando se acercaba su parada. Un empujón por aquí, otro por allá… y ya estoy fuera. ¿Será porque la mayoría de los viajeros llevan auriculares y, total, no van a oírme?

Una mujer joven, que estaba de pie, con el teléfono en las manos y los auriculares en las orejas, no dejaba de toser. Se la veía angustiada y un poco desesperada por la situación. Otra mujer, que estaba sentada, sin teléfono y sin auriculares, se percató de ello y le ofreció un caramelo por si podía aliviarla. La joven lo cogió… y ni llegué a oírle un ‘gracias’ ni a verle un gesto de agradecimiento: se lo metió en la boca y siguió a lo suyo. Claro que a lo mejor el problema es mío: como soy hipoacúsico (medio sordo, vamos) y llevo gafas, quizá no me enteré.

En cualquier caso, a pesar de todo el mundo que puede haber detrás de la pantallita, desechar el mundo que tienes al lado no parece una actitud demasiado madura, ¿no crees?

miércoles, 1 de marzo de 2017

Plurilingüismo, no bilingüismo

¿Por qué, en España, las otras lenguas que no son el español tienen menos importancia? ¿Por qué no se les presta la misma atención por parte del Estado? ¿Por qué se les otorga categoría de lengua oficial si no se les va a asignar los mismos recursos? ¿Por qué se deja en manos de las administraciones regionales la tarea de potenciarlas? ¿Por qué se las trata como lenguas de segunda, cuando el plurilingüismo lo que hace es enriquecer las sociedades?


A lo que parece, se está hablando de ofrecer a todos los españoles, vivan o no en una región con una segunda lengua oficial, la posibilidad de que la Administración les expida un carné de identidad bilingüe. Se habla también del pasaporte bilingüe y del carné de conducir bilingüe. Si he entendido bien la información, se trata de que cualquiera pueda elegir la segunda lengua, porque la primera, claro, será siempre el español. Así, una madrileña podrá pedir que le expidan el carné en español y gallego; su marido, que se lo expidan en español y catalán, y el hijo de ambos, que se lo expidan en español y vascuence, por poner un ejemplo cualquiera. Y, me imagino, un vasco tendrá que quedarse con su carné en español y vascuence; un gallego, con su carné en español y gallego, un catalán… Es decir, los que viven en una región con segunda lengua oficial, no tendrán posibilidad de elección. Parece lógico, ¿verdad?

El caso es que, si esta medida llega a implementarse, será, como siempre, tarde y de forma superficial. Tarde porque, ¿cuánto hace que existen en España lenguas oficiales diferentes del español? ¿Más de 30 años? ¿Más de 35? Pues eso. Y de forma superficial, porque tiene toda la pinta de ser una operación cosmética, algo para contentar un poco a unos sin molestar demasiado a otros. Me explico. Un Estado verdaderamente convencido de la importancia de esas otras lenguas nacionales —llamémoslas así— debería expedir carnés y pasaportes plurilingües, con todas las lenguas oficiales, para todos los ciudadanos, vivan donde vivan. Sería una forma de potenciar la riqueza que supone el plurilingüismo y es un desperdicio no hacerlo, no utilizar ese potencial para conocer mejor al otro, para ayudar a interpretar al diferente. Pero, claro, para no herir sensibilidades de unos o de otros…

En el fondo, esto de los carnés y pasaportes no deja de ser una nimiedad, una minucia. Como realmente se potencia el plurilingüismo es con la educación, y eso, eso ya son palabras mayores. ¿Cómo se puede entender que, en los planes educativos oficiales de Madrid, por poner un ejemplo, o de cualquier otra región no oficialmente bilingüe de España, esté planificado el estudio del inglés —y me imagino que también se podrá estudiar francés y, probablemente, alemán— y, en cambio, sea imposible estudiar otra lengua nacional? La única explicación es la cortedad de miras de quienes nos administran y nos gobiernan: incluimos el inglés en los planes de estudio oficiales y no el gallego, por poner un ejemplo, porque no hay dinero para todo y el inglés es la lengua más hablada en el mundo. Los argumentos dados siempre suelen ser de esta clase: practicistas, cortoplacistas, de administradores y gobernantes pequeños, en definitiva.

Si esta tendencia se consolida —que ya se está consolidando—, pronto lo que algunos mencionan como las humanidades desaparecerán totalmente de los planes de estudios: filosofía, ¿para qué, si todo el mundo ya sabe pensar?; latín y griego, ¿para qué, si son lenguas muertas?; literatura, ¿para qué, si ya casi nadie lee?; lengua española, ¿para qué, si todo el mundo sabe hablar?…  

Me pregunto si no estaremos ya criando y educando a generaciones de idiotas. Por favor, idiotas, no. ¡Idiomas!