¿Por qué?

¿Por qué?

sábado, 16 de abril de 2016

El medioambiente como excusa

¿Por qué, de un tiempo a esta parte, cada vez hay más empresas que incorporan criterios medioambientales a su gestión? ¿Por qué ahora los hoteles ‘plantan’ árboles? ¿Por qué las compañías de suministros (agua, gas, electricidad, teléfono) ‘preservan’ la naturaleza? ¿Por qué todas estas empresas hacen publicidad de ello? ¿Por qué nos creemos sus desvaríos?


El medioambiente está de moda. Bueno, el medioambiente no, lo que está de moda es ser defensor del medioambiente, medioambientalista, ecologista… La cosa empezó, como no podía ser de otra manera, con asociaciones de defensa de la naturaleza, grupos ecologistas; con personas, por decirlo llanamente, que tenían una conciencia diferente. Con el tiempo, empezaron a asomarse también las administraciones y, más adelante, algunas empresas. Pero, de un tiempo a esta parte, parece ya una invasión: las empresas que se dicen respetuosas con el medioambiente son una enormidad.

Pero no nos engañemos. No es por respeto al medioambiente, ni por cuidar de los recursos naturales, ni por salvar el planeta, ni por nada similar. Es por respeto a la cuenta de resultados, por cuidar de los gastos de explotación, por salvar el reparto de beneficios y por otras cosas similares. No nos dejemos engañar. Hoteles, fabricantes de coches, bancos, eléctricas y demás son empresas y su objetivo es ganar dinero, cuanto más mejor. No se trata de oenegés o asociaciones sin ánimo de lucro. La razón de su existencia es ganar dinero y hacérselo ganar a sus accionistas. Ese es su objetivo principal, al que se subordina todo lo demás. Así es cómo funciona el mundo capitalista, no nos engañemos.

Vale. Puedo llegar a convenir en que quizá sea posible que alguna empresa tenga también conciencia medioambiental, que realmente se crea eso de que, haciendo o dejando de hacer noséqué, puede colaborar a nosécuántos. No lo descarto del todo. Pero, no nos engañemos, si los hoteles piden a sus clientes que elijan si quieren toallas limpias cada día o seguir usando las mismas, no es para plantar árboles, sino para que la factura de lavandería se reduzca. Si los bancos y las empresas de suministros imponen a sus clientes las facturas online, no es para talar menos árboles, sino para que la factura de papelería se reduzca. Si los fabricantes de coches diseñan vehículos cada vez menos contaminantes, no es por ensuciar menos, sino porque la legislación los obliga. No hay más que ver lo que ocurrió el año pasado —y que todavía colea— con el grupo Volkswagen: manipularon no sé cuántos millones de coches para hacer creer a todo el mundo que contaminaban menos. ¿Por qué lo hicieron? Desde luego, no por conciencia ecologista, sino porque así vendían más y aumentaba el negocio.

No nos dejemos engañar: para todas las empresas, la pela es la pela. Lo demás, es accesorio o, como mínimo, está supeditado al negocio: si tener conciencia ecologista no aumenta los ingresos o no reduce los gastos, ¿para qué me vale?

viernes, 1 de abril de 2016

Políticamente correcto, lingüísticamente estulto

¿Por qué a muchos políticos les da por decir 'ciudadanos y ciudadanas', ‘españoles y españolas’, 'trabajadores y trabajadoras'… en sus intervenciones públicas? ¿Por qué alguno ha discurseado hablando de 'nosotros y nosotras'? ¿Por qué incluso a algún otro se le ha oído decir 'muchos y muchas'? ¿Por qué muchos periodistas hablan de 'subsaharianos'  o de 'afroamericanos' en vez de decir 'negros'? ¿Por qué se empeñan en utilizar palabras y expresiones alejadas del lenguaje común? ¿Por qué no son capaces de darse cuenta de que hacen el ridículo más que nada?


Esta reflexión tiene dos vertientes. La primera está causada por esa pretensión que tienen ciertos políticos supuestamente progresistas de querer evitar una malentendida discriminación hacia las mujeres en sus discursos: si digo ‘españoles’, me echaran en cara que me olvido de las mujeres, así que voy a decir ‘españoles y españolas’; si menciono a los ‘trabajadores’, me dirán que qué pasa con las mujeres que trabajan, así que diré ‘trabajadores y trabajadoras’...

La segunda viene al hilo de la elección de la primera diputada negra al Parlamento de España. Se trata de una mujer española nacida en Guinea Ecuatorial, que, como probablemente muchos ya habrán olvidado o quizá no hayan llegado a saber nunca, fue una provincia —más bien, colonia— española. Todos los medios de comunicación resaltaron que se trataba de la primera diputada ‘negra’ de España. Nada de ‘subsahariana’. ‘Negra’, con todas las letras y sin maquillajes. ¿Quiere eso decir que ya se han percatado de la estulticia que supone decir ‘subsahariano’ en vez de ‘negro’? No creo, Estos mismos medios de comunicación siguen hablando de 'subsaharianos' cuando se trata de noticias relacionadas con pateras, naufragios, inmigración ilegal, etcétera. Y también hablan de ‘afroamericanos’ cuando son noticias que proceden de Estados Unidos, básicamente. Señores directores, señores redactores jefe, ¿dónde queda la coherencia en su medio de comunicación?

En cualquier caso, no deja de será una buena noticia que, aunque sea por una vez, se hayan olvidado de lo que se define como políticamente correcto y hablen como el resto de los mortales. Sería de esperar que el ejemplo cundiera en más ocasiones e, incluso, en otros ámbitos de la sociedad. Pero, al parecer, lo que se avecina es la tendencia contraria: un museo de Ámsterdam (Países Bajos), el Rijksmuseum, va a modificar los títulos de unas 300 obras para que 23 palabras que consideran despectivas desaparezcan. Entre ellas está negro, cafre, indio, enano, esquimal, moro, mahometano…Mucho me temo que esta tendencia no tarde en ser calcada en otros lugares del orbe. Veremos.

Volviendo ahora a la primera vertiente de la reflexión inicial, la de la discriminación hacia las mujeres, que se me ha quedado algo retrasada, me permito decir que demuestra una estulticia rayana en lo absurdo. Básicamente, por dos cosas: una, porque mencionar siempre la pareja de vocablos, en masculino y en femenino, hace muy pesado el discurso y, por ende, muy pesado al discursero; dos, porque, por mucha atención que ponga el discursero, es más que probable que se le escape alguna pareja, con lo que, además de pesado, quedará como un inculto.

Un ejemplo de Pedro Sánchez:


Lo de ‘compañeros y compañeras’ lo tiene clarísimo: lo repite cuatro veces. También lo de amigos y ‘amigas’. Sin embargo, patina en lo de ‘españoles y españolas’: en un caso, indica los dos artículos; en otro, solo el masculino. Sigue patinando en lo de ‘todos y todas’: a veces pone los dos; otras veces se olvida del femenino. Vuelve a patinar en ‘nosotros’, ya que se olvida completamente de ‘nosotras’. Y se pega el batacazo con la expresión ‘de todos y de todas los españoles y las españolas’: sí, indica los dos géneros gramaticales… pero ¡la estructura es una aberración!

En definitiva, un discurso pesado, del que tienes ganas de huir tras escuchar o leer un par de párrafos. ¿Cómo es que no son capaces de verlo estos personajes públicos? ¿Acaso se expresan así también en su vida privada: mis hijos y mis hijas, mi mujer y yo nos vamos de fin de semana a casa de los abuelos y las abuelas? ¡Apostaría un cuérrago a que no!

Con ánimo de ayudarles a solucionar este conflicto permanente en el que se desarrolla su existencia, me permito sugerirles lo siguiente: ¡utilicen la vocal i para indicar que una palabra es neutra, que no tiene marca ni de masculino ni de femenino! Digan, pues: “Gracias de corazón, compañeris. Gracias a todis. Lis españolis están muy pendientis de nosotris, queridis amiguis…”.

¡Quién sabe! ¡Igual la RAE termina por dar su aquiescencia a esta fórmula!