¿Por qué?

¿Por qué?

viernes, 16 de septiembre de 2016

Mejor desconectar un poco

¿Por qué nos hemos creado esa necesidad de estar mirando cada momento el móvil? ¿Por qué no podemos estar más de, digamos, quince minutos y ya es mucho sin consultarlo? ¿Por qué nos parece que no vivimos si no estamos permanentemente conectados? ¿Por qué nos hemos creado esta necesidad? ¿Por qué esta manía?


Toda mi reflexión viene a cuento de una situación que viví en un avión tras aterrizar en Barajas alrededor de las diez de la noche. Como probablemente ya sepas, tras haber aterrizado, en los aviones no dejan usar el móvil "hasta que las puertas hayan sido abiertas", como explica la azafata de turno. Y probablemente también sabrás que muy poca gente espera a que se abran las puertas para encender el móvil y ponerse a hablar o a guasapear. Normalmente es para comunicar a quien sea que "ya hemos aterrizado", "estamos esperando para salir", "dentro de media hora estoy en casa", o algo similar. Nada del otro mundo: si hay personas que necesitan este contacto para tranquilizar a alguien que está esperando, sobre todo si el avión ha llegado retrasado, no tengo nada que objetar. Adelante.

Ahora bien, ¿qué necesidad hay de mandar mensajes de trabajo a esas horas de la noche? Sobre todo si los mensajes no son, digámoslo así, positivos. ¿Qué necesidad tiene alguien de dejar la siguiente frase en un contestador automático a las diez de la noche: "Acabamos de aterrizar, pero ya te adelanto problemas graves en…"? ¿Qué pretende con ese mensaje? ¿Que el destinatario, si lo oye antes de acostarse, no duerma tranquilo? ¿No puede esperar a decírselo por la mañana? ¿Qué es lo que hace que una persona se crea capacitada para entrometerse de tal manera en la vida privada de otra persona? ¡Qué estupidez!

Claro que este tipo de situaciones, que se dan muy a menudo, ya no causan extrañeza en el común de los mortales. Nos hemos acostumbrado tanto a irrumpir en, y a interrumpir, la vida de los demás vía móvil, que nada nos parece extraño. Ni nos molesta recibir mensajes laborales en horas de ocio, ni recibir mensajes de ocio cuando estamos trabajando. Hemos conseguido hacer de nuestra existencia un batiburrillo de conexiones telefónicas (llamadas, guasaps, internetes, tuíteres, instagramas, etcétera), que lo único que nos sorprende es no estar en conexión: más de quince minutos sin conectarme… y parece que el mundo va a olvidarse de mí.

Claro que la culpa de todo este desatino no es del teléfono, aparato de por sí muy interesante y útil; ni de la tecnología que permite todas esas posibilidades conectivas. La culpa es nuestra. Si hemos dejado que los demás se inmiscuyan en nuestras vidas hasta tal extremo, es porque así se lo hemos permitido. Con lo sencillo que es desconectar el teléfono cuando uno quiere descansar o, simplemente, no coger esa llamada que entra a horas intempestivas o no leer ese mensaje que me asalta mientras estoy leyendo un libro o a mitad de la partida de parchís con mis hijos…

Recuperar el control de nuestra vida no es tan difícil. Eso sí, requiere coraje. Te encontrarás con desplantes, habrá personas que no entenderán tu actitud desconectada, perderás la instantaneidad de muchas cosas… pero también te encontrarás con más tranquilidad, habrá personas cercanas a ti que te agradecerán tu actitud, ganarás vida. Pruébalo.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Matar Osamas

¿Por qué nos pareció tan normal que soldados estadounidenses mataran a Bin Laden de la forma en que lo mataron? ¿Por qué nadie protestó en nuestro primer mundo tan democrático y legal? ¿Por qué nos sigue pareciendo tan normal que sigan matando terroristas de la misma manera? ¿Por qué no nos sulfura eso igual que lo hace la muerte de secuestrados a manos de terroristas? ¿Por qué tenemos ese doble rasero?


Ejecuciones extrajudiciales lo llaman. Pero no son más que asesinatos o, por lo menos, homicidios. Dándoles ese nombre, quieren revestirlos de una pátina de legitimidad. Es como si dijeran: da igual, tarde o temprano los íbamos a pillar, los íbamos a juzgar y los íbamos a condenar a muerte; así que lo que hemos hecho ha sido adelantarnos un poco y ahorrarnos tiempo, dinero y males mayores. Pues no, señores, no da igual: hay que pillarlos y juzgarlos. Parece que no entienden ustedes el significado de lo que están diciendo: si es extrajudicial, está fuera de todos los cauces judiciales previstos en nuestras democracias avanzadas del primer mundo; si es una ejecución, es un homicidio preparado y premeditado, ergo, un asesinato. Quizá legalmente no lo sea, quizá hayamos sido capaces de fabricar leyes que lo amparen, pero no deja de ser un asesinato… con todas las de la ley. Si no, díganme en qué se diferencian estas ejecuciones extrajudiciales de las ejecuciones extrajudiciales preparadas, premeditadas y grabadas por los del EI.

Seamos sinceros: en eso, como en otras muchas cosas, todo se reduce a nosotros y ellos. Todo lo que hagamos nosotros, está bien; todo lo que hagan ellos, habrá que verlo. El problema es saber quiénes somos nosotros exactamente y quiénes son ellos. Si nosotros somos las democracias occidentales, los países del primer mundo, y ellos, el resto; si nuestra visión del mundo es así de cerrada, no debería sorprendernos que el punto de vista de ellos sea exactamente el mismo pero al contrario.

Un homicidio, ya sea con un comando de élite, con un dron o con un cuchillo, es un homicidio. ¿Ejecuciones extrajudiciales? Pues no, señores. Las ejecuciones, incluso las judiciales, con todas las de la ley, no son la solución.