¿Por qué?

¿Por qué?

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Tráfico: yo, primero

¿Por qué aparcas la moto atravesada en la acera? ¿Por qué dejas la furgoneta encima del paso de ciclistas y peatones? ¿Por qué vas en bicicleta a velocidad de suicida por la acera? ¿Por qué no respetas el semáforo? ¿Por qué me adelantas casi rozándome? ¿Por qué no pones el intermitente para indicarme la maniobra que vas a hacer? ¿Por qué cruzas la calle antes de que se ponga verde el semáforo? ¿Por qué te paras pisando el paso de peatones? ¿Por qué te cuesta tanto respetar las normas de tráfico?


Estaba yo parado en un semáforo en rojo. Había tres carriles: en el de la derecha, en el que yo estaba, había una flecha doble que señalaba hacia delante y hacia la derecha; en los otros dos, la flecha señalaba hacia delante. A mi lado, en el carril central, se había parado un taxi. Cuando el semáforo se puso en verde, yo seguí hacia delante, que era mi camino. El taxi, que quería torcer a la derecha, tuvo que parar y esperar a que yo terminara de pasar para poder ir a la derecha cruzando mi carril. Cuando terminó de pasar, me pareció oír al taxista decir por su ventanilla abierta algo así como “Siempre os colocáis en el sitio más complicado para hacer la maniobra”. ¡De verdad! ¡¡Dijo eso!! Quizá no eran esas mismas palabras, pero el sentido de la frase era ese. Y cada vez que lo recuerdo, me pregunto si ese taxista estaba escuchando lo que estaba diciendo. ¡Qué disparate! En fin, imagino que el hecho de que yo fuera en bicicleta no tuvo nada que ver en el asunto. Corramos un tupido velo.

La cuestión es que muchas de las personas que circulan por la ciudad se consideran con derecho a hacer lo que quieran… o casi. Y, bueno, eso no debería ser así. Las normas, al menos las de tráfico, no están para fastidiar a nadie. Simplemente son una forma de regular un asunto que, de lo contrario, sería el caos más caótico que pueda darse. Si ya así la cosa va como va, imagínate…

He visto coches saltarse un semáforo en rojo como descosidos y tener que pararse cincuenta metros después en el siguiente semáforo en rojo. He visto bicicletas saltarse un semáforo en rojo tras otro. He visto motos pararse en un semáforo delante de los coches invadiendo el paso de peatones y obligar a los peatones a tener que sortearlas para poder pasar. He visto peatones cruzando en rojo sin mirar y lograr sortear por un palmo al vehículo que tenía el semáforo en verde. He visto cabezas tractoras enormes saltarse un ceda el paso y frenar justo a un palmo del vehículo que tenía preferencia de paso. He visto un coche de la policía saltarse un ceda el paso y ni siquiera ver el vehículo que tenía preferencia de paso. He visto bicicletas subir y bajar de la acera como si fuera un carril más. He visto coches pararse en doble fila para ir a tomar un café. He visto motos adelantar en zigzag pasando de un carril a otro sin intermitentes ni señal de ninguna clase. He visto autobuses adelantar sin medir bien la distancia obligando al otro vehículo a frenar para no estamparse. He visto bicicletas saltarse un semáforo en rojo y, encima, increpar al vehículo que casi las atropella. He visto… tantas incorrecciones que uno se pregunta cómo no hay más accidentes de los que hay.

Y ¿por qué? No creo que ninguno de los infractores, llamemósles así, tenga una respuesta coherente. No creo que sea por llegar antes: después de un semáforo en rojo siempre habrá otro, por lo que no sirve de nada saltárselo. No, no es por eso. Yo creo que simplemente es algo que está en la naturaleza humana. Viene a ser algo así como lo hago porque quiero y porque puedo: primero, yo; y después… lo que venga después ya no me importa.

martes, 1 de noviembre de 2016

Maltratar animales

¿Por qué nos duele que alguien mate un león o un elefante en un safari y, en cambio, no dudamos en aplastar una mosca que nos está incordiando? ¿Por qué nos sentimos fatal ante el trato dado a los toros en las corridas de ídem y, en cambio, ni nos damos por enterados del trato que reciben los cobayas en los laboratorios? ¿Por qué la muerte de algunos animales nos impresiona tanto y, en cambio, somos indiferentes ante la muerte de muchos otros?


Vivimos en una época en la que la defensa de los animales está al orden del día. No solo maltratar animales, sino también matarlos, es algo inaceptable ya para muchas personas, también para muchas que no se declaran abiertamente ecologistas o animalistas. Hace ya tiempo que, además, se habla de los derechos de los animales. E incluso hay quien pretende que algunos animales tengan personalidad jurídica y hablan del concepto de persona no humana. Cosas todas ellas muy controvertidas. En cualquier caso, no hay duda de que la percepción de los animales entre los humanos ha cambiado. Sí, seguimos criándolos y matándolos para comer, seguimos explotándolos para que trabajen para nosotros, seguimos encerrándolos y usándolos como mascotas, pero cada vez aceptamos menos que sufran por diversión o por tradición.

Ahora bien, ese trato que no queremos que se dé a los animales, ¿incluye a cualquier bicho viviente? Me temo que no. Dicho en otras palabras: ¿nos sentimos igual de mal cuando se mata o se maltrata a un toro y a una gallina? Me sigo temiendo que no. Es muy probable que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero está claro que nuestra concepción del maltrato o de la muerte inútil no abarca a todos los seres vivos. Seguramente sí a perros y gatos, e incluso a todos los mamíferos: no en vano son los animales más cercanos a los humanos en la escala biológica. Quizá también a unas cuantas aves: las que son susceptibles de convertirse en mascotas o algunas de gran tamaño… Hasta es probable que incluyamos a determinados peces, reptiles o anfibios. Pero seguro que los insectos nos dan igual, o casi. Y lo mismo los arácnidos. ¿Por qué? ¿Por qué esta discriminación animal? No creo que nadie lo sepa. Quizá tenga que ver con el hecho de que sean animales pequeños, diminutos algunos, o que sean feos, incluso repulsivos a la vista algunos… o vete tú a saber qué.

La cuestión es que en esto, como en muchas otras cosas, tenemos distintas varas de medir... y ni siquiera somos conscientes.