¿Por qué?

¿Por qué?

viernes, 16 de diciembre de 2016

Minusválidos invisibles

¿Por qué nos sentimos incómodos ante un minusválido? ¿Por qué, ante una persona en silla de ruedas, actuamos como si nos molestara? ¿Por qué nos cuesta ponernos en su lugar? ¿Por qué no hacemos por facilitarles la vida? ¿Por qué nos creemos superiores?



Aeropuerto, zona de embarque, fila de asientos con un símbolo de una silla de ruedas. Cualquiera es capaz de interpretar, sin demasiado esfuerzo, que estos asientos están reservados para personas con movilidad reducida, como las llaman ahora. Cualquiera menos ese joven demasiado musculado que está espatarrado en el asiento de la izquierda según se mira.

Mismo día, otra ciudad, otro aeropuerto, otros asientos reservados, otras personas —mujeres, ahora—, misma situación, aunque sin espatarramiento.

Gran ciudad, acera del centro, grupo de personas numeroso de cháchara taponando el paso, persona en silla de ruedas que se acerca. Cualquiera es capaz de ver que va a ser imposible que pase si nadie se mueve. Nadie se mueve.

Otro día, misma ciudad, acera parecida aunque en bajada, otro grupo de personas menos numeroso —solo tres—, misma situación. Una se mueve lo justito para dejar el paso justito… y se le oye chillar: ¡Cuidado! ¡Casi me das en la pierna!

Otro día, escenario similar pero de subida, paso de peatones con bordillo rebajado entre los dos bolardos existentes, pareja de jóvenes de frente. Si no se desvían ellas hacia un lado o no se para la persona en silla de ruedas, se van a chocar. Se para la persona en silla de ruedas.

Otro día, calle similar, mucha gente —demasiada—, circulación peatonal ralentizada, persona por detrás con prisa, adelantamiento imprudente, golpe en los pies de la persona en silla de ruedas.

Y así un día tras otro y el siguiente también.

Empiezo a creer que los minusválidos son invisibles, no porque no se dejen ver, sino porque no queremos verlos. Nadie quiere pensar que pueda llegar a ocurrirle a él, o a alguien cercano, eso de tener que vivir en una silla de ruedas. Eso les pasa a otros. Es posible, pero a veces pasa… más cerca. Y es entonces cuando nos damos cuenta de lo que eso supone. Mientras tanto, deberíamos procurar ser conscientes de lo que implica estar en una silla de ruedas y tratar de facilitarles un poco la vida, ¿no crees?

jueves, 1 de diciembre de 2016

Esperando el esperanto

¿Por qué estoy obligado a aprender a hablar en inglés para poder comunicarme con personas que no hablan la misma lengua que yo? ¿Por qué no saber inglés supone no ser nadie en el ámbito internacional? ¿Por qué el inglés precisamente, con su carga de imperialismo añadida, y no otra lengua? ¿Por qué no una lengua artificial, desprovista de cualquier vinculación imperialista o connotación patriótica? ¿Por qué ninguna instancia internacional apuesta por el esperanto, por ejemplo? ¿Por qué no interesa?



Una de las cosas de las que se ha hablado a consecuencia del referéndum del brexit es si el inglés dejará de ser una de las lenguas oficiales de la UE. Parece ser que, cuando se incorporaron al club europeo, Irlanda y Malta, dos países con el inglés como lengua oficial, no eligieron el inglés como ‘su’ lengua para la UE, puesto que ya lo había elegido Reino Unido, y se decantaron por el irlandés y el maltés, respectivamente. Por lo tanto, el inglés en la UE está vinculado a Reino Unido; si Reino Unido abandona la UE, el inglés también. Bueno, esa es la teoría al menos. Pero me imagino yo que, si el brexit llega a concretarse finalmente, ya harán lo posible y más para que la UE siga considerando el inglés como una de sus lenguas. No olvidemos que, en la actualidad, es la lengua de intercambio internacional por excelencia, la lengua en la que se establecen los contactos entre personas de diferentes orígenes lingüísticos.

El uso de una lengua determinada como herramienta de intercambio internacional ha sido una constante en la historia. En nuestro mundo occidental europeo, ahora es el turno del inglés, pero, en épocas anteriores, el francés fue el idioma internacional de la diplomacia y, en otros periodos, incluso el español fue una lengua de intercambio internacional. En otras zonas y en otras épocas, el ruso y el chino también actúan o han actuado como lenguas internacionales. Todo ello aparejado a la importancia y preponderancia política o, más bien, militar de un determinado país en cuestión. Y, precisamente, esa vinculación tan estrecha entre lengua y dominación hace que muchas personas sean reacias a aprender la lengua internacional de turno.

Por otro lado, la lengua propia de cada uno forma parte de lo más profundo del ser humano: las primeras palabras que oímos de nuestra madre… en nuestra ‘lengua materna’, las primeras palabras que dijimos, las nanas que nos cantaron, etcétera. Nos acompaña toda la vida y la llevamos muy adentro. De ahí la dificultad de reemplazarla por otra lengua, que nunca va a tener la misma carga emocional que la propia.

Puestos a tener que aprender una lengua diferente a la propia para poder comunicarnos con otras personas, lo ideal es optar por alguna lengua artificial. Por lo general, son lenguas que han sido diseñada para hacer sencilla la comunicación entre personas de orígenes lingüísticos diferentes: gramática simplificada, sintaxis simplificada, vocabulario evolutivo… Además, están desprovistas de connotaciones patrióticas o nacionales y no parece que puedan llegar a ser sentidas como una imposición imperialista o un riesgo en lo que respecta a lo emocional.

El esperanto es ideal en este sentido.

La ONU tiene 6 lenguas oficiales; la Unión Europea, 24, por poner solo dos ejemplos. Si todo el dinero que se gastan estas y otras instituciones internacionales en trabajos de traducción e interpretación se dedicara a potenciar el aprendizaje del esperanto como lengua de intercambio internacional, no creo que fuera descabellado pensar que en el transcurso de una generación el esperanto se habría implementado satisfactoriamente. ¿Nos ponemos manos a la obra?