¿Por qué?

¿Por qué?

sábado, 16 de diciembre de 2017

La apatria chica

¿Por qué debe uno definirse en función de criterios geográficos? ¿Por qué tiene uno que definirse como catalán si nació en Cataluña? ¿Por qué tiene uno que sentirse español por haber nacido en España? ¿Por qué uno no puede no sentirse catalán o español o lo que sea? ¿Por qué uno no puede no sentirse nada, solo persona?


Con todo este asunto de Cataluña, no han sido pocas las personas que, conociendo mi patria chica, me han preguntado por mi opinión y por mis sentimientos al respecto. Yo les he contestado, por supuesto. Pero no es de eso de lo que quiero hablar en este último texto del blog. [Creo que dos años son más que suficientes para ‘El porquerón quincenario’; en realidad, la previsión inicial era que durara solo uno].

De lo que quiero hablar hoy es de esa identificación obligatoria, existente en todas partes, entre lugar de nacimiento y sentimiento de pertenencia (ya sea a un país, a una región, a un pueblo o a lo-que-sea). Supongo que ya sabes de qué hablo, pero, por si acaso, aquí te muestro algunos ejemplos: si naciste en España, eres español y tienes que sentirte español; si naciste en Ávila, eres abulense de por vida, aunque a los 7 años te hayan trasladado a Madrid y no hayas vuelto por Ávila más que unas pocas veces en cincuenta años; si naciste en Cataluña, eres catalán de por vida, aunque lleves viviendo fuera más tiempo que allí, y así sucesivamente.

Pues no. No es ese el planteamiento. Nacer en un sitio no implica que uno ‘sea’ de ese sitio ni que uno tenga que identificarse obligatoriamente con las demás personas que han nacido en ese mismo sitio. Vale, nadie puede olvidarse de lo que ha mamado: los paisajes, los rostros, las sensaciones, las vivencias… Pero eso es todo. No hay más.

Yo, cuando me preguntan de dónde soy, tengo una respuesta preparada: “soy catalán, de nacimiento; madrileño, de vecindad administrativa; español, de pasaporte, y apátrida, de convicción”.


¡Eso es to…, eso es todo, amigos!

¡Nos vemos por ahí!

viernes, 1 de diciembre de 2017

En pelota, mejor

¿Por qué está mal visto que alguien vaya desnudo del todo? ¿Por qué está mal visto que alguien vaya tapado hasta las cejas? ¿Por qué está mal visto que alguien vaya vestido o desnudo de forma diferente al resto? ¿Por qué estas actitudes nos causan desazón? ¿Por qué necesitamos protegernos con leyes y normas?


Este verano hubo algunas iniciativas locales en España para impedir el nudismo en las playas: algunos ayuntamientos aprobaron ordenanzas que prohibían bañarse desnudo o tomar el sol desnudo o pasear por la playa desnudo.

Este verano hubo algunas iniciativas en Europa para impedir el uso del llamado burkini en playas y piscinas: algunas autoridades municipales y regionales aprobaron reglas que prohibían bañarse ‘vestido’ o tomar el sol ‘vestido’.

Este verano hubo algunas iniciativas en Europa para impedir el uso del burka y de otras prendas en espacios públicos: algunas autoridades nacionales aprobaron leyes que prohibían llevar la cara tapada por la calle.

Todas estas iniciativas, como ocurre siempre que las autoridades quieren coartar la libre elección de la gente, se justifican en aras de la paz, la seguridad, la convivencia y un montón de grandes conceptos más. Como si, en la playa, nudistas, vestidistas y burkinistas se estuvieran peleando a diario. Como si, en las calles, caratapadistas y caradestapadistas se insultaran y llegaran a las manos cada día.

Y yo me pregunto: ¿Qué pasa con las personas que se disfrazan con máscaras en carnaval o en ‘jalouin’? ¿Y con los penitentes que se ponen los capirotes que les tapan toda la cabeza en las procesiones de semana santa? Y ya puestos, ¿qué pasa con los señores que van por la calle con sombrero, gafas de sol oscuras y barba negra, a los que no hay quien les vea la cara? ¿Y con las mujeres que llevan gorro y bufanda para protegerse del frío? ¿Y con…?

Por favor, dejemos que cada uno se ponga lo que quiera… y dejémoslo en paz. Yo, si se me permite, prefiero no ponerme nada...

jueves, 16 de noviembre de 2017

Compra sin tique, compra sin derechos

¿Por qué deberíamos ver con buenos ojos no recibir un tique cuando hacemos la compra? ¿Por qué deberíamos aceptar que no nos lo den? ¿Por qué deberíamos ayudar a las empresas a reducir sus gastos a costa de nuestros derechos? ¿Por qué el medioambiente sigue siendo utilizado como excusa por las empresas para reducir gastos o aumentar ingresos? ¿Por qué caemos en la trampa?


De un tiempo a esta parte, el medioambiente se ha convertido en una excusa para que las empresas mejoren sus cuentas. Con la boca llena de palabras como sostenibilidad, eficiencia, conciencia ecológica y demás, lo que realmente pretenden es tener lleno el bolsillo, más lleno. Su objetivo es siempre el mismo: obtener beneficios. Si la sostenibilidad, la eficiencia, la conciencia ecológica y todo lo demás no sirven para aumentar los ingresos o reducir los gastos, no sirven.

Hace tiempo que empezaron los hoteles con eso de dar la opción al cliente de decidir si le cambiaban o no las toallas; siguieron las empresas de suministros con aquello de no enviar las facturas por correo postal sino por correo electrónico; los bancos, las aseguradoras… Eso sí, todo hecho según la más estricta legalidad, supongo. Todo con el consentimiento del cliente, supongo. Aunque muchas veces el cliente ni siquiera sabe que ha dado su consentimiento, porque ya se encargan las empresas de tener el consentimiento del cliente sin que el cliente se entere de que lo ha dado. Todo muy legal, claro.

No falta mucho ya para que los supermercados se apunten también a ese carro. Algunas cadenas ya están suprimiendo los tiques de compra en algunos de sus establecimientos, otras lo están estudiando. Así que pronto lo veremos en nuestra realidad cotidiana. Y, cuando así sea, ¿cómo haremos para comprobar que lo que nos cobran están bien?; ¿cómo sabremos que no hay errores?; ¿acaso los supermercados ya no cometerán fallos en los precios? Supongo que será eso: a la par que pongan en marcha esta medida de supresión del tique de compra, los supermercados también podrán en marcha otras medidas de extrema seguridad para impedir cualquier error en los precios cobrados. Eso es, sí. Va a ser eso.

¡Qué ilusos somos! Sin un tique en la mano, adiós derecho a reclamar, adiós seguridad del comprador. Sin un tique en la mano, quedamos totalmente en sus manos. ¡Ojo! ¡No nos engañemos!

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La tele nos cree tontos

¿Por qué los medios de comunicación manipulan el lenguaje de forma tan descarada? ¿Por qué, en ocasiones, se expresan con un lenguaje tan alejado de la realidad? ¿Por qué sienten la necesidad de comunicarse de esa manera? ¿Por qué quieren colarnos afirmaciones, tergiversaciones, manipulaciones… con argucias y sutilezas lingüísticas?



Quien manipula el lenguaje, está manipulando la información que transmite. La elección de una palabra en vez de otra nunca es baladí. Con dos muestras bastará para mostrarlo.

Decir ‘abatido’ por ‘muerto’ no es algo inconsciente. Titular "La policía abate al autor material de…" en vez de " La policía mata al autor material de…" es una elección bien consciente e indica a las claras la intención de quien eso escribe o dice. ¿Hay alguien, acaso, que, en su vida normal, se exprese de esta guisa? ¿Alguien que diga "Acabo de abatir un mosquito que me estaba tocando las narices"? ¿Alguien que diga “Ayer nos zampamos dos conejos que nos quedaban; los abatí yo mismo y los hicimos al ajillo"? Claro que siempre puede haber alguna alma cándida que, cuando oiga mencionar a un "terrorista abatido", llegue a pensar que lo que le pasa es que está deprimido. Nunca se sabe.

Decir ‘abatido’ por ‘muerto’ no es baladí”, como tampoco sería baladí decir "La policía asesina al autor material de…". Quien eso dijera, en lugar de la expresión normal "La policía mata al autor material de…”, también dejaría entrever su intención.

Decir que la madre de un terrorista es una “Italiana convertida al islam”, también deja entrever una intención manifiesta. Como si por el mero hecho de ser italiano, uno tuviera que ser obligatoriamente católico, que es lo que parece desprenderse de esa expresión. No tiene nada que ver la nacionalidad con la religión. Una persona puede ser italiana y católica, italiana y judía, italiana y musulmana e, incluso, italiana y atea… por mucho que el Vaticano esté en Italia.

No es más que una muestra de lo que podemos encontrar habitualmente en los medios de comunicación. Y es muy difícil sustraerse a la influencia de esas manipulaciones, más que nada porque no es fácil captarlas. Solemos pasarlas por encima. No nos preocupan. Y, sin embargo, seguro que van calando dentro de nosotros y van modelando nuestros pensamientos, nuestras opiniones y nuestra forma de ser. Remedando el título que encabeza este texto, habría que decir: La tele nos cree tontos; la tele nos ‘crea’ tontos… si la dejamos.

Para terminar con buen cuerpo, ahí van dos titulares reales de noticias vistas en televisión que probablemente te arrancarán una sonrisa:
     - Encuentran pruebas sólidas de agua líquida en Marte.
     - Muestran su desacuerdo con el proyecto de acuerdo

Menos mal que todavía quedan periodistas con sentido del humor…

lunes, 16 de octubre de 2017

El sexo en el pasaporte

¿Por qué uno de los datos que se incluyen en la mayoría de los documentos oficiales de identificación es el sexo del titular? ¿Por qué es necesario indicar el sexo en el DNI o el pasaporte? ¿Por qué es de utilidad?


Hace unas semanas, los medios de comunicación se hicieron eco de que en los pasaportes de Canadá ya existe la posibilidad de indicar ‘sexo indeterminado’ o ‘sexo X’. Bueno, los medios utilizan el anglicismo ‘género’, pero, en realidad, quieren decir ‘sexo’. Profundizando en la noticia, resulta que algo que parece tan adelantado o tan moderno o tan occidental o tan de defensa de los derechos de las minorías, hace tiempo que ya existe en algunos otros países ni tan adelantados ni tan modernos ni tan occidentales ni tan de defensa de las minorías. Bueno, dejémoslo ahí.

Lo que yo me planteo es ¿qué, carajo, hace el sexo en un documento de identidad? Porque, hasta ahora, que yo sepa, cuando alguien, normalmente una autoridad, quiere identificar a alguien, le pide la documentación, le mira la cara y comprueba si coincide con la fotografía del documento. Que yo sepa, hasta ahora, ninguna autoridad le ha pedido a nadie que se baje los pantalones o la falda o lo que sea que lleve de cintura para abajo para comprobar si lo que hay debajo se corresponde con lo que dice el documento.

Vale. Me dirás que, en realidad, el dato del sexo no se refiere al órgano sexual en sí, sino a la identidad sexual; que uno puede muy bien tener un órgano sexual ‘masculino’ (hombre) y sentirse de sexo ‘femenino’ (mujer), y que las personas de sexo ‘indeterminado’ no es que no tengan órganos sexuales, es que no se sienten ni hombres ni mujeres. Estoy de acuerdo. Pero, vuelvo a insistir: ¿qué, carajo, hace la identidad sexual en un documento de identidad?

Me parece a mí que ese dato está de más, que no aporta nada, que es de una inutilidad sublime. Me parece a mí que debería desaparecer de los documentos oficiales. ¡Eso sí sería una noticia grandiosa!

domingo, 1 de octubre de 2017

Las lenguas se mueren

¿Por qué nos rasgamos las vestiduras cuando desaparece una especie animal o vegetal y, sin embargo, ni nos damos por enterados cuando desaparece una lengua? ¿Por qué las lenguas en peligro de extinción no recaban nuestra estima del mismo modo que lo hace la posibilidad de extinción del lince ibérico o del tigre siberiano? ¿Por qué no nos preocupamos en la misma medida?


En la actualidad, existen más de 6.500 lenguas vivas en el mundo. Cada dos semanas desaparece una. Más de la mitad se están muriendo y desaparecerán a lo largo de este siglo. Los expertos estiman que, para que una lengua pueda mantenerse viva en el tiempo, debe tener, al menos, 100.000 hablantes, un listón demasiado alto para muchas de ellas. Y cuando una lengua desaparece, desaparece también una forma de ver el mundo: canciones, historias, leyendas, conocimientos, etcétera. Un daño comparable a la extinción de una especie… o mucho más si tenemos en cuenta que se calcula que en el planeta puede haber entre 5 y 10 millones de especies (aunque solo se han descrito por el momento menos de 2 millones).

Imagino que, como en otras muchas cosas, si el problema no nos afecta a nosotros, o bien nos da igual o bien nos da lo mismo. Pues bien, en nuestro país también hay lenguas que están en peligro o pueden estarlo en un futuro no muy lejano, según la clasificación que utiliza la Unesco para establecer la vitalidad de una lengua:
  
-        VulnerableLa mayoría de los niños la hablan, pero puede estar restringida a determinados ámbitos (por ejemplo, el hogar)..

-        En peligro: Los niños ya no la aprenden como lengua materna en casa.

-        En peligro grave: La hablan los abuelos y generaciones anteriores; aunque la generación de los padres puede entenderla, no la hablan entre ellos ni con los niños.

-        En peligro crítico: Los hablantes más jóvenes son los abuelos, y la hablan parcial y raramente.

-        Extinta: No queda ningún hablante.

Según los criterios de la Unesco, el aragonés, el asturleonés y el aranés están en peligro, y el vasco es vulnerable.

La Unesco puso en marcha su Atlas de las lenguas del mundo en peligro hace ya muchos años para que las instancias pertinentes (léase, administraciones estatales, regionales…) tuvieran la información necesaria para actuar. ¿Habrá alguien que busque soluciones? ¿O dejaremos que el español, primero, y el inglés, después, vayan extinguiendo al resto? Veremos.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Inteligencia artificial II

¿Por qué se están desarrollando armas inteligentes con capacidad para tomar decisiones de forma autónoma? ¿Por qué no se prohíben sin más?


Hace poco hablaba de la responsabilidad de la inteligencia artificial y ponía un ejemplo: los coches autónomos que ya empiezan a circular por las carreteras de algunos países y que ya se han visto involucrados en algún accidente. ¿En quién recae la responsabilidad de las consecuencias que acarrean las decisiones autónomas del coche?

Hoy quiero hablar de otro tipo de máquina inteligente, autónoma y con capacidad de tomar decisiones: los ‘robots asesinos’. Parece que todavía no están ‘circulando’ por las guerras del mundo, pero poco les debe de faltar ya. Sí, existir, existen: la tecnología ya ha avanzado lo suficiente. Muchos países tienen programas de autonomía en el campo de batalla. Es el paso siguiente a la existencia de armas controladas a distancia por un humano, que es el que finalmente decide si darles uso o no: los drones son el ejemplo más llamativo. Con los robots asesinos no habrá ningún humano detrás que apriete el gatillo; será la máquina la que tome la decisión de disparar. Y si dispara, no será para no dar en el blanco, ¿verdad?

¿Dónde están los límites? La legislación, las normas, el derecho se aplican a las personas, no a las máquinas. Si un ser humano mata, puede ser llevado a juicio y condenado; si una máquina inteligente y autónoma mata, ¿quién va a ir a juicio?, ¿quién va a responder por ella?

Muchas cosas son todavía oscuras en este ámbito… y deberíamos tener todo el interés del mundo en que se vayan clarificando, porque ¿quién no nos dice que el paso siguiente a estos robots soldados no sea el robot policía o el robot guarda de seguridad? Las guerras, parece que siempre están lejos, pero los policías, de una clase o de otra,… están aquí al lado. Probablemente prohibir el desarrollo de estos robots asesinos sería lo mejor. ¿Llegaremos a ello? Dúdolo mucho.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Maltratar vegetales

¿Por qué cada vez somos menos tolerantes con el maltrato animal y, en cambio, no nos importa nada el maltrato vegetal? ¿Por qué cada vez toleramos menos los festejos populares en los que se maltratan animales, pero ni nos damos por enterados de aquellos en los que se maltratan vegetales? ¿Por qué no tenemos el mismo rasero con todo?


Ya terminó el verano, ya se acabaron los festejos populares con animales, ya concluyeron las controversias sobre el maltrato animal: toros ensogados por aquí, toros embolados por allá, toros al agua por acullá, patos, pavos, gansos, gallos, cabras… Para todos los gustos, vaya.

Algunas de estas fiestas parece que ya tienen los días contados: parece que la gente cada vez las tolera menos y muchas autoridades con mando en plaza parece que ya empiezan a estar por la labor de abandonarlas. Parece. Veremos qué va pasando.

Ahora bien, yo todavía no he oído a nadie quejarse del maltrato vegetal… y ese se produce también todos los años: tomates por aquí, nabos por allá, uvas por acullá… Habrá quienes argumenten que los vegetales no pueden ser maltratados, porque los vegetales ni sienten ni padecen. Bueno, si así se quedan más contentos… La cuestión es que, si no es maltrato vegetal, sí es desperdicio vegetal… y eso también debería doler en la conciencia de la gente, ¿no crees?

miércoles, 16 de agosto de 2017

Datos personales: ya murió la privacidad

¿Por qué damos tanta información sobre nuestra vida tan alegremente? ¿Por qué dejamos nuestra intimidad al descubierto? ¿Por qué nos da igual que sepan cosas de nosotros personas que ni siquiera conocemos? ¿Por qué nos olvidamos de pensar en las consecuencias que eso tiene? ¿Por qué somos tan inocentes?


El teléfono móvil dice dónde estás; el coche dice por dónde vas; el ordenador dice qué has comprado; la tableta dice qué periódicos lees o qué entretenimientos te interesan… Todo esto ya es una realidad, ya está pasando. Pero viene más: el frigorífico sabrá, y dirá al supermercado, qué alimentos y bebidas te faltan; el robot aspirador hará un plano detallado de tu casa y se lo mandará al fabricante; tus zapatillas de deporte dirán cuántos kilómetros has recorrido y a qué velocidad; tu inodoro analizará tu orina y enviará los resultados al médico o te sugerirá directamente cómo mejorar tu dieta… Todo esto ya está en camino y no tardará en llegar. Es lo que llaman el Internet de las cosas: las cosas, todas las cosas, estarán equipadas para conectarse a Internet y comunicarse entre sí, con nosotros mismos… o con cualquiera.

Con esta perspectiva de futuro, creo que ya podemos ir olvidándonos del derecho a la intimidad. Tantos años peleando por mantener en la esfera privada los datos personales de cada uno y ahora todo eso se va a ir al garete. Por supuesto, las cosas se van a hacer con todas las de la ley, faltaría más: siempre con el acuerdo o, al menos, el conocimiento de cada uno de nosotros. Cuando compres el robot aspirador, la letra pequeña dirá eso, que no lee nadie, de que los datos personales se incorporan a un fichero de no-sé-qué y podrán ser utilizados para no-sé-cuántos y que tú das tu consentimiento. Cuando compres el frigorífico o el inodoro, más de lo mismo… Y si por una casualidad se te ocurre leer esa letra pequeña y, aun más, negarte a dar tu consentimiento, entonces te quedarás sin robot aspirador o sin frigorífico o sin inodoro. O eso o encontrarte al final con un ejército de ‘espías’ pero que muy dotado en tu hogar.

Antes, la pelea era por que los datos no salieran de la esfera privada; ahora, la pelea está siendo por que las personas también puedan aprovecharse de los beneficios que los datos personales les producen a las empresas. Qué cambio, ¿verdad?

martes, 1 de agosto de 2017

Inteligencia artificial y responsabilidad

¿Por qué no nos preocupa el auge que está teniendo la producción de máquinas inteligentes? ¿Por qué pensamos que la proliferación de robots solo puede traernos beneficios, incrementar nuestro bienestar y mejorar nuestro modo de vida? ¿Por qué no vemos las señales que van llegando? ¿Por qué no se habla más de la irresponsabilidad de la inteligencia artificial?



Hace ya un porrón de años que una máquina fue capaz de derrotar al campeón del mundo de ajedrez en una partida. Ahora, ha ocurrido lo mismo con el mejor jugador de go del mundo. Ajedrez y go son dos de los juegos de estrategia más complejos que existen, por eso las grandes empresas informáticas no han dudado en invertir muchísimo dinero para conseguir máquinas ‘inteligentes’ capaces de vencer a los seres humanos más inteligentes. ‘Si alguna vez logramos crear una máquina que gane al campeón del mundo de ajedrez o al mejor jugador de go del mundo, qué no seremos capaces de hacer’, debieron de pensar los gerifaltes de esas empresas. Y así ha sido. La inteligencia artificial no se ha quedado relegada a los juegos de mesa, sino que ya empieza a formar parte de nuestras vidas… o así será dentro de poco. ¡¡¡Y nadie se ocupa de establecer los límites!!!

Se habla de máquina inteligente, o inteligencia artificial, cuando una máquina es capaz de tomar decisiones por su cuenta, sin necesidad de intervención humana. Digámoslo así: los humanos la diseñaron, la fabricaron, la programaron… y la soltaron al mundo. En realidad, salvando las distancias, es algo similar a lo que hacen los humanos cuando tienen un hijo: planifican el embarazo, crían al retoño, lo educan… y lo sueltan al mundo. En este sentido, visto desde la perspectiva de la inteligencia, máquina y retoño serían lo mismo: dos entes inteligentes, autónomos y con capacidad para tomar decisiones. Ahora bien, ¿qué ocurre con la responsabilidad? La del retoño parece clara: cuando cumple la edad legal, el responsable de sus actos es él; hasta que cumple la edad legal, la responsabilidad recae en los padres. ¿Y con la máquina qué pasa? Ése es uno de los intríngulis de la inteligencia artificial: ¿quién es responsable de los actos de una máquina capaz de tomar decisiones por su cuenta? Veámoslo con un ejemplo: los coches inteligentes.

¿Que no has oído hablar de los coches inteligentes? Sí, hombre, son coches que, a no tardar mucho, circularán por las carreteras sin que nadie los conduzca y permitirán a sus ocupantes dormir durante el trayecto o echar una partida de ajedrez, por ejemplo, sin preocuparse de atender a las circunstancias del tráfico. Hace tiempo que se viene hablando de ellos. Ya existen algunos prototipos que se están probando en condiciones de circulación reales. E incluso ya ha habido algunos accidentes de tráfico con estos coches involucrados. Y ahí llega el lío: si un coche inteligente ha tomado una decisión que ha causado el accidente, ¿quién es el responsable de los daños: el (no-)conductor, el propietario, el fabricante? Cuando el culpable del accidente es un humano, la responsabilidad es también suya, esto está claro. ¿Qué pasa con una máquina inteligente? Eso no está nada claro, pero nada de nada.

Por cierto, hay algunas voces que empiezan a hablar también de la moralidad de la inteligencia artificial. Siguiendo con el ejemplo del coche, ¿debería estar programado para salvaguardar a toda costa la integridad física de su único ocupante, aunque eso signifique atropellar, por ejemplo, a 5 personas que están cruzando indebidamente la carretera o debería estar programado con criterios morales que le hagan optar por el mal menor? That is the question! Responsabilidad y moralidad… no parecen cuadrar mucho con artificial, ¿no? Veremos.

domingo, 16 de julio de 2017

El poder de la religión

¿Por qué, en ocasiones, actuamos de forma contraria a nuestras convicciones? ¿Por qué nos dejamos llevar por antiguas creencias religiosas que hemos desechado hace tiempo? ¿Por qué nos cuesta tanto olvidar expresiones o comportamientos religiosos adquiridos tiempo atrás? ¿Por qué pesa tanto la religión en nuestra sociedad?


No hace mucho falleció una amiga muy antigua de mi consorte y, durante unos días, nos vimos envueltos en la vorágine que conlleva el fallecimiento de una persona cercana: tanatorio, entierro (cremación, en este caso), funeral… En definitiva, acompañamiento a los familiares y encuentro con otros amigos para procurar que los familiares se sientan arropados en esos momentos. Nada del otro mundo, nada por lo que no haya pasado yo ya antes, nada por lo que no haya pasado cualquier otra persona en las mismas circunstancias. Y sin embargo…

La parte religiosa de la vorágine fue lo que me dejó un poco trastocado, descolocado. La amiga fallecida era católica practicante; su familia, igual. De ahí que se celebraran dos actos religiosos en dos momentos concretos: uno, en la capilla del cementerio, antes de la cremación; otro, una misa de funeral, un par de semanas después, en una iglesia de su localidad. Una vez más, nada del otro mundo, nada que no se haga habitualmente en las mismas circunstancias. Y sin embargo…

Mi consorte y yo hace mucho que ya no somos católicos practicantes. Digamos que somos más bien descreídos en temas religiosos. Por lo tanto, mi lógica interna me dictaba que nuestra presencia en los actos religiosos sobraba. No por nada, simplemente por coherencia con uno mismo. Pero estuvimos allí… Y el argumento de mi consorte para estar allí fue que nuestra amiga sí creía. Y si, según lo que nuestra amiga creía, existía la mínima posibilidad de que su espíritu o su alma o lo que fuera estuviera siguiendo los acontecimientos, mi consorte quería que nos viera allí acompañando a su familia en el trance. De locos, ¿verdad? Y allí estuvimos.

Y lo curioso del caso fue que no fuimos los únicos amigos en actuar de tal manera. ¡Qué fuerza tiene la religión, verdad?

sábado, 1 de julio de 2017

El idioma por bandera

¿Por qué nos empeñamos en identificar un idioma con una bandera? ¿Por qué pensamos que el español es de España; el francés, de Francia; el inglés, de Inglaterra, y así sucesivamente? ¿Por qué ni siquiera nos planteamos otra cosa? ¿Por qué estamos tan cegados? 


Cuando vi esta foto por primera vez, no supe cómo interpretarla. Estaba tan acostumbrado a ver siempre una bandera inglesa (bueno, del Reino Unido) para simbolizar el idioma inglés, que me quedé descolocado. Al final, la explicación que me busqué yo mismo para mí mismo fue que a esta universidad acuden probablemente alumnos de Estados Unidos y poner una bandera estadounidense, en vez de la bandera reinounidense habitual, era una forma de cortesía hacia ellos. Pero luego me di cuenta de que mi interpretación cojeaba un poco, porque eso quería decir que la universidad no tiene más alumnos extranjeros que los estadounidenses... cosa un poco rara, ¿verdad? En fin.

Ahora bien, pensando pensando, resulta que el inglés lo hablan unos 500 millones de personas, que Reino Unido tiene menos de 55 millones de habitantes y que Estados Unidos tiene más de 300 millones. Entonces, atendiendo a la capacidad habladora numérica, quizá fuera más adecuado identificar el idioma inglés con la bandera estadounidense, ¿no?... si es que es necesario identificar un idioma con una bandera. ¿Qué opinas tú?

A mí me da que identificar idioma con bandera no es una identificación pertinente. Primero, porque complica la comprensión, que fue lo que me pasó a mí al ver lo de la foto: una palabra (inglés, o ‘english’; español) es mucho más esclarecedora que una bandera. Segundo, porque se puede interpretar como la perpetuación de la etapa colonial de antaño o, al menos, como un recordatorio involuntario de aquello: vale que el idioma se llama español... y eso nadie lo va a cambiar, pero la bandera solo identifica a España, que tiene menos de 50 millones de habitantes, cuando los hablantes de español son más de 560 millones. ¿Qué pensará un salvadoreño o un argentino al ver su idioma ―sí, también es suyo― asimilado a la bandera de España?

Seamos claros, por favor: una bandera es una bandera… y nada más.

viernes, 16 de junio de 2017

Saludar o no saludar: esa es la cuestión

¿Por qué hay personas que no saludan? ¿Por qué hay personas que no saludan ni siquiera cuando las saludas tú? ¿Por qué hay personas que no te devuelven el saludo? ¿Por qué les resulta tan trabajoso decir hola o adiós o buenos días? ¿Por qué se están perdiendo las buenas maneras?



Vamos a ver: no quiero que esto suene a rancio o a anticuado; viejuno, dicen ahora. Lo de las buenas maneras les parecerá cosa del pasado, de un pasado muy remoto, a las nuevas generaciones. Hubo una época en que se hablaba de urbanidad, de buenos modales, de buena educación...: diferentes expresiones para un mismo concepto: respeto, cortesía hacia los demás. Ahora se está perdiendo poco a poco.

Una vecina, joven, que no te devuelve el saludo cuando coincides con ella en el portal de casa; un compañero de trabajo, no tan joven, que responde a tus ‘¡Buenos días!’ apretando los labios, como si temiera dejar escapar alguna palabra; un matrimonio de vecinos, que de jóvenes ya no tienen nada, que ni siquiera te miran cuando te los cruzas por la calle; un recepcionista que agacha la cabeza cuando te ve salir para no responder a tu ‘¡Hasta mañana!’… Ejemplos de una misma actitud incomprensible para mí.

Cuando me ocurre una de estas situaciones, lo primero que se me ocurre es que probablemente yo tengo la culpa, que seguramente he faltado al respeto a esas personas en algún momento y que ahora no me acuerdo, que ellos lo único que hacen es tratarme con la misma falta de respeto con la que yo los he tratado anteriormente… Pero, a continuación, pienso que no debe de ser eso, porque me vienen a la cabeza otras situaciones recientes en las que hemos intercambiado algunas frases o incluso hemos mantenido un diálogo bastante cercano. Así que, al final, siempre me quedo hecho un lío.

Total, que he llegado a pensar en no volver a saludar a esas personas, pagarlas con la misma moneda, hacer como si no las viera al cruzarme con ellas, hacer que sientan esa indiferencia, esa falta de respeto que muestran a los demás. Sí, lo he llegado a pensar y hasta lo he puesto en práctica y todo. ¿Y sabes qué pasa? Que solo consigo sentirme mal. Sí, ellas siguen a su bola, muestran la misma falta de cortesía… y yo me siento mal. De locos, ¿verdad?

Me temo que voy a tener que aprender a no saludar... y, sobre todo, aprender a que no me afecte. Y me temo que me va a costar, pero…

jueves, 1 de junio de 2017

La discriminación positiva es discriminación

¿Por qué le parece bien a la sociedad actual discriminar positivamente a las mujeres? ¿Por qué acepta la sociedad que las mujeres sean mejor tratadas que los hombres en determinadas circunstancias? ¿Por qué entra en juego el sexo en la discriminación positiva?


Hace unos años, muchos, el Ayuntamiento de Madrid ―creo que era el de Madrid― convocó unas oposiciones a barrendero ―no creo que ese fuera el nombre oficial del puesto, pero así nos entendemos rápidamente― en las que tenían preferencia las mujeres. No recuerdo cómo se plasmaba esa preferencia: si daban uno o varios puntos a cada mujer, por el hecho de serlo; si, en caso de empate en el resultado final entre un hombre y una mujer, la mujer adelantaba al hombre… No lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que la justificación de esa iniciativa era que la presencia de la mujer entre los barrenderos de Madrid era testimonial… y que eso tenía que mejorar. Mejorar, claro, en ese contexto, quería decir que la presencia de la mujer tenía que aumentar.

Hace unas semanas, pocas, la Generalitat Valenciana ha aprobado un plan de igualdad en el que, entre otras decisiones, se incluye que las mujeres adelanten a los hombres en caso de empate en los concursos y oposiciones de puestos en los que estén infrarrepresentadas.

Supongo que, tirando de hemeroteca, no sería difícil encontrar más ejemplos de discriminación positiva de las mujeres en lo que se llama la Administración Pública, pero con estos dos es más que suficiente para situar el asunto y saber de qué estamos hablando.

A mí, siempre me ha sorprendido bastante esta cuestión de la discriminación positiva por razón de sexo. Ya me pasó antaño, con lo del Ayuntamiento de Madrid, y me sigue pasando hogaño.

Entiendo, y comparto, la discriminación positiva en favor de grupos de personas vulnerables o desfavorecidas, como puede ser el caso de los discapacitados: veo bien que disfruten de determinados privilegios en concursos y oposiciones, me parece pertinente que tengan preferencia de acceso a determinados sitios, acepto que paguen menos impuestos o reciban ayudas para adaptar su vivienda…

Me cuesta mucho más entender la discriminación positiva en favor de otro tipo de colectivos. Por ejemplo, que los taxistas urbanos tengan un carril exclusivo por el que circular siempre me ha chirriado bastante: es darles privilegios a unos trabajadores de unas empresas privadas y no a otros. Los autobuses de transporte público, todavía; pero los taxis… Igual me pasa con los ciclistas urbanos: que tengan un carril exclusivo para ellos, nunca me ha gustado… ¡y eso que yo me beneficio una enormidad de esta medida!

Pero lo que no entiendo en absoluto es la discriminación positiva por razón de sexo: ni que las mujeres tengan preferencia para ser barrenderas, ni que tengan preferencia los hombres para ser comadrones.

Dice el diccionario de la RAE que ‘discriminar’ es “dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, etc.”. Para mí, la discriminación positiva por razón de sexo sigue siendo discriminación.

Creo en la igualdad entre mujeres y hombres… en el sentido que oí hace poco de labios de una mujer en la película ‘Libertarias’, de Vicente Aranda:

“Los hombres y las mujeres no son iguales, son equivalentes”.

Dice el diccionario de la RAE que ‘equivaler es “dicho de una persona o de una cosa: ser igual a otra en la estimación, valor, potencia o eficacia”. Pues eso.

martes, 16 de mayo de 2017

Políticos y lengua

¿Por qué los políticos se meten donde no les llaman? ¿Por qué no se dedican a la política y dejan la lengua en manos de los lingüistas? ¿Por qué se creen con derecho a manejar a su conveniencia política las certezas científicas? ¿Por qué para ellos dos y dos rara vez son cuatro?


Un fin de semana de primavera, se celebraron varios congresos regionales de partidos políticos. En uno de ellos, en Baleares, uno de los candidatos a dirigir el partido, presentó una propuesta para dejar de llamar lengua catalana a la lengua que se habla en Baleares y empezar a llamarla lengua balear. La propuesta fue rechazada. El candidato, también. No creo que fuera por eso, o no creo que fuera solo por eso, pero no ganó él.

Este episodio me ha hecho recordar que, en la época de la llamada Transición, así en mayúsculas, se redactó y se aprobó la Constitución, también en mayúsculas  —¡cómo les gustan las mayúsculas a los políticos!—, para dotar de legitimidad democrática a lo que venía después de que Franco desapareciera. Para que el personal supiera qué era eso de la Constitución y dar a conocer su contenido, los poderes públicos del momento distribuyeron una gran cantidad de ‘constituciones’ en formato manejable y en las lenguas de España; a saber: castellano, gallego, vascuence, catalán, valenciano y balear. ¡Sí, también valenciano y balear! Yo, en periodo de formación como lingüista en aquel momento, tuve en mis manos un ejemplar de las versiones en valenciano y catalán, y me dio por compararlas. Las diferencias no pasaban de tres o cuatro: alguna terminación verbal, algún demostrativo… y poco más. Y lo mismo ocurriría seguramente con la versión en balear.

Hace unos años, en Aragón se aprobó una normativa que mencionaba la 'lengua aragonesa propia del área oriental' (y la 'lengua aragonesa propia de las áreas pirenaica y prepirenaica'), lapao (y lapapyp), en abreviado. La primera no era más que el catalán que se habla en una estrecha franja fronteriza con Cataluña (y la segunda es lo que se ha llamado toda la vida el aragonés). 

Los lingüistas dicen que lo que se habla en todas estas zonas mencionadas es catalán, con sus diferentes variantes locales, pero catalán. Los políticos, sin embargo, dicen que… según y depende: puede ser catalán, valenciano, balear, lapao… ¡Hombre! Si lo que pretenden es que España suba en la clasificación de países con población plurilingüe, no es mala idea: así pueden decir que no-sé-cuantos-españoles hablan 4 lenguas. O más, si en vez de decir lengua balear, decimos mallorquín, menorquín e ibicenco; y si añadimos barcelonés,
tarragonés, leridano y gerundense, ya ni te digo. ¡Seamos serios, por favor!

lunes, 1 de mayo de 2017

Todo lo demás no importa

¿Por qué nos preocupamos tanto por tantas cosas? ¿Por qué nos lo tomamos todo tan a pecho? ¿Por qué no somos capaces de discernir lo importante de lo superfluo? ¿Por qué gastamos tantas energías en nimiedades? ¿Por qué no las reservamos para lo que realmente importa? ¿Por qué no hacemos por vivir mejor?


El salía de casa y ella le dijo: “Tú, ¡ten cuidado! Todo lo demás no importa”.

El salía de casa para ir al trabajo, como cada día, con la bicicleta. Y, como cada día, ella le dijo “¡Ten cuidado!”. Se lo dice siempre. Incluso va hasta la puerta para despedirlo. Ya se lo decía cuando, de joven, y de no tan joven, los domingos por la mañana salía con la peña ciclista por las carreteras. Nunca le ha gustado que se mueva en bici: ni antes, por las carreteras, ni ahora, por las calles de la ciudad.

Ella no va a trabajar, no trabaja desde hace tiempo, es pensionista, por su discapacidad, fruto de una enfermedad neurológica incurable y progresiva. De hecho, están terminando de arreglar una vivienda para adecuarla a las necesidades de ella cuando, cuando pase algún tiempo, ya no pueda moverse como ahora y tenga que utilizar la silla de ruedas también en casa. La finalización de la obra les da algunos dolores de cabeza: fallos que ya no hay forma de arreglar, errores de bulto que influyen en el presupuesto…; incompetencia, en suma. Además, no acaba de avanzar como debería el asunto de la accesibilidad a la vivienda: los presupuesto que han pedido tardan en llegar, la comunidad de propietarios no está por la labor de facilitarles la tarea… Y, para más inri, la perrita lleva una temporada larga no demasiado bien: con problemas neurológicos o, quizás, cardiacos, no se sabe bien.

En definitiva, que habían estado hablando de todo ello nada más despertarse y él se había angustiado por tener tantos frentes abiertos y no ser capaz de irlos cerrando.

Él salía de casa y ella le dijo: “Tú, ¡ten cuidado! Todo lo demás no importa”.

Y le entró una paz, una tranquilidad: se le disiparon todas las preocupaciones, se le diluyeron todos los malos rollos, toda la angustia. Si ella, que tiene lo que tiene, es capaz de preocuparse tanto por él como para decir que “Todo lo demás no importa”, realmente es que no debe de importar tanto, ¿no te parece?

Pararse un segundo y mirar las cosas desde otra perspectiva es mano de santo.

domingo, 16 de abril de 2017

El tiempo inasible

¿Por qué nos empeñamos en medir el tiempo? ¿Por qué tenemos esa necesidad de saber en qué día vivimos o en qué año estamos? ¿Por qué necesitamos calendarios, relojes, cronómetros, minuteros, etc.? ¿Por qué ese empeño en que no se nos escape el tiempo?


El despertador del móvil suena a las 6:45 y, como no puede ser de otra manera, en ese mismo momento, el reloj del móvil indica las 6:45. De perogrullo, vamos. Ahora bien, en el dormitorio tengo además otros dos relojes —radiorrelojes más bien— y, en ese mismo momento, uno marca las 6:43 y el otro, las 6:46. Cada cierto tiempo, los sincronizo con el móvil y, un tiempo después, vuelven a estar desincronizados otra vez.

Normalmente, mientras desayuno en la cocina, suenan en la radio las señales horarias que indican las 7:30. En esos momentos, miro el reloj del horno, que siempre suele indicar las 7:29, aunque tarda pocos segundos en dar el salto a las 7:30. A veces lo corrijo para que esté sincronizado con la radio, pero más pronto o más tarde vuelve a desincronizarse.

En el salón tengo otro reloj, de cuerda este, que va a su bola: hay que darle cuerda a diario y, además, tiene un mecanismo, muy sutil, para hacer que vaya un poco más rápido o un poco más lento. Ni que decir tiene que es tan sutil que en la vida he sido capaz de regularlo de manera que vaya sincronizado con el horario oficial; es decir, con las señales horarias de la radio o con el reloj interno del televisor.

En otro orden de cosas, ¿no te ha ocurrido nunca que, cuando preguntas la hora así al aire en un grupo de gente y te responden varios, las horas que te dan suelen ser diferentes? ¿O que cuando eres tú quien da la hora dices 'falta poco para las dos' o ' son las dos pasadas' o 'son las dos y cuarto minuto arriba minuto abajo' o expresiones similares, sin preocuparte demasiado de dar la hora exacta? Y es que, por lo general, ese minuto arriba o abajo no reviste ninguna importancia para nosotros. Normalmente nos basta con tener una hora aproximada que nos sirva de referencia para lo que necesitamos: saber si ya son casi las 9:00 y tengo que correr para llegar a tiempo al trabajo o si van a ser ya las 19:00 para llegar a tiempo al cine...

En realidad, la hora exacta o el momento exacto en el que vivimos no lo necesitamos para nada, pero ahí están todos esos instrumentos y conceptos que nos permiten medir el tiempo y controlarlo desde tiempos inmemoriales: relojes de sol, de agua (clepsidras, se llaman), de arena, atómicos...; calendario solar, calendario maya, calendario juliano, gregoriano, musulmán...; horas, minutos, segundos, décimas de segundo, centésimas...; días, semanas, meses, años, décadas, siglos, milenios...

Y resulta que, así y todo, el tiempo no se deja encerrar, no se deja controlar y, cada cierto tiempo, hay que hacer determinados ajustes en nuestros mecanismos de control del tiempo. Cada cuatro años, hay que añadir un día al calendario: el 29 de febrero. Así tenemos una cadencia de tres años normales seguidos de un año bisiesto (los años que son múltiplos de 4: 2016, 2020, 2024...). Pero con eso no basta para ser exactos, y resulta que ese día de más no se añade cuando el año termina en dos ceros (2000, 2100...). Pero eso tampoco es suficiente. Parece ser que cada 6 meses más o menos los relojes atómicos, que son lo más de lo más en eso de medir el tiempo exacto, tienen que ajustarse un segundo ¡¡¡Un segundo!!! Una nimiedad, ¿verdad? Pues eso: que al tiempo no hay quien lo pare… ni quien lo controle.

Por cierto, el segundo es la unidad básica de tiempo en el sistema internacional de medidas. ¿Sabes cómo lo definen? Ahí va: la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio, a una temperatura de 0 °K.

Lo dicho, dejemos que el tiempo pase como quiera y nosotros, a lo nuestro.