¿Por qué, en ocasiones, actuamos
de forma contraria a nuestras convicciones? ¿Por qué nos dejamos llevar por
antiguas creencias religiosas que hemos desechado hace tiempo? ¿Por qué nos
cuesta tanto olvidar expresiones o comportamientos religiosos adquiridos tiempo
atrás? ¿Por qué pesa tanto la religión en nuestra sociedad?
No hace mucho falleció una amiga muy antigua de mi consorte y,
durante unos días, nos vimos envueltos en la vorágine que conlleva el
fallecimiento de una persona cercana: tanatorio, entierro (cremación, en este
caso), funeral… En definitiva, acompañamiento a los familiares y encuentro con
otros amigos para procurar que los familiares se sientan arropados en esos
momentos. Nada del otro mundo, nada por lo que no haya pasado yo ya antes, nada
por lo que no haya pasado cualquier otra persona en las mismas circunstancias.
Y sin embargo…
La parte religiosa de la vorágine fue lo que me dejó un poco
trastocado, descolocado. La amiga fallecida era católica practicante; su
familia, igual. De ahí que se celebraran dos actos religiosos en dos momentos
concretos: uno, en la capilla del cementerio, antes de la cremación; otro, una
misa de funeral, un par de semanas después, en una iglesia de su localidad. Una
vez más, nada del otro mundo, nada que no se haga habitualmente en las mismas
circunstancias. Y sin embargo…
Mi consorte y yo hace mucho que ya no somos católicos
practicantes. Digamos que somos más bien descreídos en temas religiosos. Por lo
tanto, mi lógica interna me dictaba que nuestra presencia en los actos
religiosos sobraba. No por nada, simplemente por coherencia con uno mismo. Pero
estuvimos allí… Y el argumento de mi consorte para estar allí fue que nuestra
amiga sí creía. Y si, según lo que nuestra amiga creía, existía la mínima
posibilidad de que su espíritu o su alma o lo que fuera estuviera siguiendo los
acontecimientos, mi consorte quería que nos viera allí acompañando a su familia
en el trance. De locos, ¿verdad? Y allí estuvimos.
Y lo curioso del caso fue que no fuimos los únicos amigos en actuar
de tal manera. ¡Qué fuerza tiene la religión, verdad?