¿Por qué?

¿Por qué?

viernes, 16 de junio de 2017

Saludar o no saludar: esa es la cuestión

¿Por qué hay personas que no saludan? ¿Por qué hay personas que no saludan ni siquiera cuando las saludas tú? ¿Por qué hay personas que no te devuelven el saludo? ¿Por qué les resulta tan trabajoso decir hola o adiós o buenos días? ¿Por qué se están perdiendo las buenas maneras?



Vamos a ver: no quiero que esto suene a rancio o a anticuado; viejuno, dicen ahora. Lo de las buenas maneras les parecerá cosa del pasado, de un pasado muy remoto, a las nuevas generaciones. Hubo una época en que se hablaba de urbanidad, de buenos modales, de buena educación...: diferentes expresiones para un mismo concepto: respeto, cortesía hacia los demás. Ahora se está perdiendo poco a poco.

Una vecina, joven, que no te devuelve el saludo cuando coincides con ella en el portal de casa; un compañero de trabajo, no tan joven, que responde a tus ‘¡Buenos días!’ apretando los labios, como si temiera dejar escapar alguna palabra; un matrimonio de vecinos, que de jóvenes ya no tienen nada, que ni siquiera te miran cuando te los cruzas por la calle; un recepcionista que agacha la cabeza cuando te ve salir para no responder a tu ‘¡Hasta mañana!’… Ejemplos de una misma actitud incomprensible para mí.

Cuando me ocurre una de estas situaciones, lo primero que se me ocurre es que probablemente yo tengo la culpa, que seguramente he faltado al respeto a esas personas en algún momento y que ahora no me acuerdo, que ellos lo único que hacen es tratarme con la misma falta de respeto con la que yo los he tratado anteriormente… Pero, a continuación, pienso que no debe de ser eso, porque me vienen a la cabeza otras situaciones recientes en las que hemos intercambiado algunas frases o incluso hemos mantenido un diálogo bastante cercano. Así que, al final, siempre me quedo hecho un lío.

Total, que he llegado a pensar en no volver a saludar a esas personas, pagarlas con la misma moneda, hacer como si no las viera al cruzarme con ellas, hacer que sientan esa indiferencia, esa falta de respeto que muestran a los demás. Sí, lo he llegado a pensar y hasta lo he puesto en práctica y todo. ¿Y sabes qué pasa? Que solo consigo sentirme mal. Sí, ellas siguen a su bola, muestran la misma falta de cortesía… y yo me siento mal. De locos, ¿verdad?

Me temo que voy a tener que aprender a no saludar... y, sobre todo, aprender a que no me afecte. Y me temo que me va a costar, pero…

jueves, 1 de junio de 2017

La discriminación positiva es discriminación

¿Por qué le parece bien a la sociedad actual discriminar positivamente a las mujeres? ¿Por qué acepta la sociedad que las mujeres sean mejor tratadas que los hombres en determinadas circunstancias? ¿Por qué entra en juego el sexo en la discriminación positiva?


Hace unos años, muchos, el Ayuntamiento de Madrid ―creo que era el de Madrid― convocó unas oposiciones a barrendero ―no creo que ese fuera el nombre oficial del puesto, pero así nos entendemos rápidamente― en las que tenían preferencia las mujeres. No recuerdo cómo se plasmaba esa preferencia: si daban uno o varios puntos a cada mujer, por el hecho de serlo; si, en caso de empate en el resultado final entre un hombre y una mujer, la mujer adelantaba al hombre… No lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que la justificación de esa iniciativa era que la presencia de la mujer entre los barrenderos de Madrid era testimonial… y que eso tenía que mejorar. Mejorar, claro, en ese contexto, quería decir que la presencia de la mujer tenía que aumentar.

Hace unas semanas, pocas, la Generalitat Valenciana ha aprobado un plan de igualdad en el que, entre otras decisiones, se incluye que las mujeres adelanten a los hombres en caso de empate en los concursos y oposiciones de puestos en los que estén infrarrepresentadas.

Supongo que, tirando de hemeroteca, no sería difícil encontrar más ejemplos de discriminación positiva de las mujeres en lo que se llama la Administración Pública, pero con estos dos es más que suficiente para situar el asunto y saber de qué estamos hablando.

A mí, siempre me ha sorprendido bastante esta cuestión de la discriminación positiva por razón de sexo. Ya me pasó antaño, con lo del Ayuntamiento de Madrid, y me sigue pasando hogaño.

Entiendo, y comparto, la discriminación positiva en favor de grupos de personas vulnerables o desfavorecidas, como puede ser el caso de los discapacitados: veo bien que disfruten de determinados privilegios en concursos y oposiciones, me parece pertinente que tengan preferencia de acceso a determinados sitios, acepto que paguen menos impuestos o reciban ayudas para adaptar su vivienda…

Me cuesta mucho más entender la discriminación positiva en favor de otro tipo de colectivos. Por ejemplo, que los taxistas urbanos tengan un carril exclusivo por el que circular siempre me ha chirriado bastante: es darles privilegios a unos trabajadores de unas empresas privadas y no a otros. Los autobuses de transporte público, todavía; pero los taxis… Igual me pasa con los ciclistas urbanos: que tengan un carril exclusivo para ellos, nunca me ha gustado… ¡y eso que yo me beneficio una enormidad de esta medida!

Pero lo que no entiendo en absoluto es la discriminación positiva por razón de sexo: ni que las mujeres tengan preferencia para ser barrenderas, ni que tengan preferencia los hombres para ser comadrones.

Dice el diccionario de la RAE que ‘discriminar’ es “dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, etc.”. Para mí, la discriminación positiva por razón de sexo sigue siendo discriminación.

Creo en la igualdad entre mujeres y hombres… en el sentido que oí hace poco de labios de una mujer en la película ‘Libertarias’, de Vicente Aranda:

“Los hombres y las mujeres no son iguales, son equivalentes”.

Dice el diccionario de la RAE que ‘equivaler es “dicho de una persona o de una cosa: ser igual a otra en la estimación, valor, potencia o eficacia”. Pues eso.