¿Por qué?

¿Por qué?

lunes, 16 de mayo de 2016

Inmigrantes… según y cómo

¿Por qué nos empeñamos en integrar a los inmigrantes que no quieren integrarse? ¿Por qué aceptamos que vengan inmigrantes a trabajar y no podemos aceptar que no quieran ser como nosotros? ¿Por qué esa manía de querer que sean como somos nosotros, que hagan lo mismo que hacemos nosotros y que se comporten como nos comportamos nosotros? ¿Por qué ese miedo, temor, terror, pánico a todo lo que es diferente a nosotros?


Parece claro que nuestra sociedad no podría subsistir sin los inmigrantes: muchos de ellos hacen trabajos que nosotros no queremos hacer, bien por la propia naturaleza de esos trabajos, bien porque no están bien pagados; contribuyen a aumentar los recursos de la Hacienda Pública y de la Seguridad Social, cosa nada baladí si tenemos en cuenta que la población, digámoslo así, autóctona cada vez está más envejecida… En fin, vienen a llenar un hueco que hemos dejado vacío. Por lo tanto, nos aportan muchos beneficios… pero nos cuesta verlos con buenos ojos.

Un holandés que trabaja en una multinacional farmacéutica, una belga ocupada en su embajada, un inglés que ejerce de profesor, un polaco que es jardinero no nos suponen ningún problema: son europeos con trabajo, se parecen a nosotros físicamente, visten igual, comen similar… Total, los aceptamos sin más aunque no consigamos comprenderlos totalmente: el idioma suele ser una barrera, algunas costumbres son un poco raras… pero no nos importa demasiado. Lo mismo ocurre con una ecuatoriana empleada del hogar o un boliviano albañil: hablan español, podemos entendernos bien con ellos… y el resto lo aceptamos mal que bien.

Pero, si el jardinero es magrebí y el albañil, negro, la cosa ya empieza a cambiar. Lo que antes considerábamos minucias, ahora son graves impedimentos para aceptarlos: que si no se lavan mucho, que si tienen otro concepto de la higiene, que si visten de aquella manera, que si su comida huele mal, que si arman mucho ruido, que no-sé-cuántas-cosas-más… Y lo que queremos es que se laven como nosotros, que limpien como nosotros, que vistan como nosotros… En definitiva, que sean como nosotros. Y no nos damos cuenta de que nadie es como nadie: cada uno es cada uno y sus circunstancias.

Para solucionar el asunto a nuestra conveniencia y que no nos puedan tachar de racistas o xenófobos, las sociedades ‘avanzadas’ nos hemos inventado el concepto de integración: los inmigrantes deben integrarse en la sociedad de acogida. Aplicamos, pues, una política de integración con los inmigrantes y se nos llena la boca de integración cuando de inmigrantes se trata. Pero, en realidad, lo que queremos decir con eso de la integración es que, si vienes aquí, tienes que comportarte como yo, tienes que vestir como yo, tienes que comer como yo, tienes que hablar como yo, tienes que vivir como yo. En definitiva, tienes que ser como yo. Si no, no vengas.

Unos se integran, porque quieren hacerlo, y se convierten en una copia de nosotros mismos. Otros no, porque no quieren, porque no quieren perder su identidad, porque están a gusto como son, porque… lo-que-sea. Pero nosotros no somos capaces de comprenderlos y nos seguimos empeñando en integrarlos: que si la educación, que si la cultura, que si el progreso… En el fondo, lo que se nos revuelve en lo más profundo de nuestra sociedad avanzada occidental es el miedo atávico a lo diferente, el temor a todo aquel que no es como yo. Si ni siquiera somos capaces de comprender a los compatriotas de la otra punta del país, ¿cómo vamos a comprender a los que vienen de la otra punta del mundo? Mejor que cambien ellos. Es más fácil, ¿verdad?

domingo, 1 de mayo de 2016

¿Por qué lo llaman picaresca cuando es corrupción?

¿Por qué nos indignamos con los fraudes que salen a la luz y, si podemos, omitimos ingresos en la declaración de la renta? ¿Por qué abominamos de los políticos corruptos y, sin embargo, no nos parece mal engañar a la compañía aseguradora del coche? ¿Por qué ponemos el grito en el cielo ante noticias sobre comisiones pagadas bajo cuerda y, en cambio, procuramos pagar en negro al fontanero si nos deja? ¿Por qué hablamos de corrupción en un caso y de picaresca en el otro?


No me lo podía creer. Un compañero de trabajo me comentó hace poco que sabía de alguien que se había empadronado lo más lejos posible para así poder tener plaza de aparcamiento en el trabajo. Resulta que una de las circunstancias que se tienen en cuenta para otorgar las plazas de aparcamiento en la empresa, siempre escasas, es esa: la distancia entre la oficina y la casa de uno. Así que, empadronándose lo más lejos posible, las posibilidades de obtener plaza de garaje aumentaban. Claro que ese ‘alguien’ no vive donde está empadronado, vive mucho más cerca.

Hace ya unos años, me comentaron que era práctica habitual omitir ingresos en la declaración de la renta para así poder ‘demostrar’ los ingresos bajos de la unidad familiar y tener así más posibilidades de obtener plaza para el vástago en el colegio de preferencia. Pero, claro, como Hacienda no es tonta, convenía hacer una declaración complementaria con los ingresos correctos lo más rápidamente posible. Así, quedábamos a bien con Hacienda y podíamos utilizar la primera declaración para lo del colegio.

También me refirieron el caso de cierta persona que había comprado un coche a nombre de un pariente minusválido para beneficiarse de la exención de impuestos que lleva aparejada la condición de minusválido.

Y mejor no hablemos de los que tienen chacha en casa y no cotizan por ella a la Seguridad Social. O de los que pagan sin factura al fontanero, al albañil o al pintor. O de los que incluyen en el parte de accidentes del seguro del coche daños ajenos al accidente. O de los que… [Completar la relación según la sensibilidad de cada uno].

Algunos lo llamarán tretas; otros, picaresca. Habrá incluso quien hable de la idiosincrasia del español. ¡Zarandajas! Si no es corrupción, es el primer paso de la corrupción. Y lo que más me sorprende y encocora de todo esto es esa permisividad social: que nadie lo vea mal o, al menos, que nadie lo vea ‘tan’ mal como para no intentar hacerlo también: si esos lo hacen, por qué no voy a hacerlo yo también, ¡ea!.